domingo, 1 de marzo de 2009

Entre el riesgo y la confianza (mi respuesta)


Querida Mayte:
He disfrutado leyendo tu testimonio, tan "desde el corazón" como todo lo que escribes.
Tienes razón en que a veces el Señor nos depara sorpresas grandes. Ibas a pasar unos días de descanso y relax y, casi sin buscarlo, te encuentras haciendo una experiencia seria e intensa de discernimiento vocacional en la vida contemplativa.
Creo que esa inquietud llevaba ya rondándote un tiempo, ¿me equivoco?, pero quizá la habías desechado por irreal. Ahora, por vez primera, pudiste experimentarla, tocar, sentir, vivirla como algo real, como un camino posible.
Te lo dije: me asombró ver, durante esos días, la paz y alegría con la que estabas en la comunidad; parecía como si todo lo que vivías encajara contigo. Estabas con una paz que no tenías cuando comenzaste y, personalmente, no creo que fuera sólo fruto de los horarios y el descanso. ¿Fue quizá poco tiempo para saberlo realmente? No lo sé, puede ser... Lo que sí te puedo decir, por experiencia propia, es que Dios se sirve, frecuentemente, de signos sencillos, señales que apenas son un susurro... hay que estar muy despiertos para escuchar.
Hasta tres veces dices, en tu carta, que estás abierta y disponible a acoger la voluntad de Dios sobre tu vida: "Me ofrezco a su voluntad... Dios tiene la última palabra... sigo abierta a las distintas posibilidades de seguir al Amigo". Tiene mucho mérito pronunciar convencida esa palabras, porque Dios, frecuentemente, trastoca nuestros planes, recordándonos que le prometimos escucharle; "Habla, Señor, que tu siervo escucha" dijo el joven Samuel en el templo.
En cambio, hay quien pone enseguida trabas a Dios: "Yo, cura o religios@ jamás, que me pida cualquier otra cosa menos eso..." Esa cerrazón frustra el proyecto de Dios en nosotros; precisamente la vocación es la llamada que Dios nos dirige a la realización, a la plenitud. Acoger la vocación, visto así, es tanto como buscar la felicidad. Y, ¿quién no quiere ser feliz? Sé que tu anhelas una vida más plena, más entregada, de mayor paz interior...
Una última cosa, que no quiero extenderme más. Me gustaría que mis palabras no te sonaran a hueco, a tópico porque, créeme, no lo son. Te hablo con sinceridad, a la vez que con humildad: la vocación es, al final, cuestión de confianza, de arriesgar.
Sí, te fías de las señales que Dios te va dando, del pálpito que sientes en tu corazón (o intuición) y de lo que te dicen quienes te conocen, te quieren y te acompañan... confías y te lanzas. Raramente hay certezas, esas irán surgiendo al hacer el camino.
Pienso que esta imagen te resulta muy familiar, por eso la empleo: cuando el piloto del avión, en plena noche, intenta aterrizar en la pista, sólo ve en el suelo unas pequeñas luces. Recibe ordenes por la radio, desde la torre de control, que le indican el rumbo que debe tomar.
Confía en esa voz que le guía y confía en que, junto a esas luces diminutas, está la pista despejada que le espera. Aunque aún no la ve absolutamente, se fía y maniobra para descender.
Si quisiera tener todas las certezas consigo, posiblemente se pasaría la noche dando vueltas hasta que amaneciera. El combustible se agotaría antes y el vuelo terminaría trágicamente.
Algo así... la llamada de Dios, la vocación, es un poco como aterrizar una avión en plena noche... cuestión de confianza.
Te deseo lo mejor, ya sabes que te encomiendo al Señor para que Él te ilumine. Y tienes toda la razón: "Dios tiene la última palabra"
Un abrazo.

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