domingo, 7 de junio de 2009

Los gemidos del Espíritu y otros más...


El domingo de la Santísima Trinidad celebramos en España la Jornada Pro Orantibus, una jornada en la que orar por aquellos que a diario oran por nosotros en sus monasterios y eremitorios.

En una de las expresiones más audaces y bellas de san Pablo, leemos en la importante carta a los Romanos lo que algunos biblistas han llamado la «teología de los tres gemidos». Siempre que he meditado sobre esta epístola fundamental del apóstol Pablo, al llegar al capítulo 8 donde se explican los mencionados tres gemidos, he pensado que estamos todas las vocaciones cristianas ahí incluidas, pero si cabe hablar así, más todavía las almas que han sido llamadas por el Señor a una vocación contemplativa en los diferentes monasterios claustrales y eremitorios.

Porque es esta una pedagogía que nos enseña al resto del Pueblo de Dios: aprender a orar desde la escucha de los gemidos. En primer lugar, el gemido de la creación: toda la tierra gime como con dolores de parto, dice san Pablo. En realidad, la historia de la humanidad es una crónica de este gemido materno, el propio del trance de un nacimiento de algo que no termina de ver la luz. ¡Cuántos intentos a través de los siglos para hacer un mundo en el que se respire la paz, Dios no sea un extraño y el prójimo sea un verdadero hermano! El gemido de la creación tiene que ver con ese mundo inacabado, como si de una sinfonía incompleta se tratase. Y por este motivo gime la tierra, gime la historia, gime la humanidad en cada una de sus generaciones: viejos y nuevos pecados, antiguos y modernos desastres, siembran de errores y horrores el paso de los hombres hasta el punto de gemir como se gime en un parto en el que no se consigue que nazca la nueva creación deseada.

Hay un segundo gemido al que se refiere Pablo: el gemido de aquellos que hemos recibido las primicias de la fe. Es decir, también nosotros gemimos en nuestro interior, porque también nosotros, los creyentes, tenemos dificultades, lagunas, inmadureces, lentitudes, también nosotros tenemos pecados. Estamos hechos de la misma pasta, y nuestra libertad se juega a diario en el
noble intento de responder a la gracia que nos llama y nos acompaña. Nuestro gemido es una pregunta a flor de piel, esas preguntas de las que el poeta Rainer María Rilke hablaba para indicar las cosas no resueltas en el corazón. El gemido de nuestra vida nos hace mendigos junto a una creación mendiga también, con la que solidariamente reconocemos que algo nos está faltando
porque no terminamos de descubrirlo o porque lo hemos descuidado.

Si todo quedase aquí, estaríamos ante el triste relato de una impotencia, de un fracaso, que termina en incapacidad y que acaba en llanto. Pero este doble gemido nos pone en una actitud de espera, que coincide con lo que el mismo Dios ha querido también asumir: gemir con nosotros. Efectivamente, el tercer gemido es para san Pablo el gemido del Espíritu que clama
en nosotros: «Abba, Padre». Toda la realidad inacabada de la historia de la humanidad y de la historia personal de cada hombre no concluye fatalmente en la llantina desesperada y estéril de nuestra orfandad, sino en ese grito de Dios con el que su Espíritu nos vuelve a hacer hijos. «Abba, Padre», pone en nuestra condición huérfana la alegría de la filiación divina como última e
inmerecida palabra.

Los contemplativos son los custodios de estos tres gemidos, haciendo suyo el de la historia, el de cada corazón, en una incesante plegaria, y haciendo especialmente suyo el gemido de Dios con el que dar a la Iglesia y a la entera humanidad la filiación y su cobijo. De este modo interceden ellos, los contemplativos, por todos los demás hermanos en la Iglesia. Para esto guardan el silencio y cuidan la soledad, para poder escuchar los tres gemidos junto a la Palabra de Dios y para poderlos testimoniar en la Presencia del Señor.

+ Jesús Sanz Montes, OFM
Obispo de Huesca y de Jaca
Presidente de la C.E. para la Vida Consagrada

2 comentarios:

  1. Si pero no entienden y siguen en su pensamientos vano xq sino renunciarian a su credo y dejarían que CRISTO GOBIERNE SUS VIDAS

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