viernes, 4 de junio de 2010

La revolución de la fe silenciosa


Llegaba con los oídos aturdidos por el vaivén del escándalo, la vergüenza y la desgracia de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia. Llegaba necesitado de paz, tras los golpes producidos en mi mente por ciertos e individuales malos testimonios de representantes de la Iglesia: palabras huecas, falsedad en la acción e hipocresía en el resultado. Llegaba herido por mi propia herida en la fe. Por la cruz con la que cargo en los últimos meses, la que me aleja pese a querer estar dentro y no actuar para evitarlo.
Hoy, las incomprensiones, las dudas, las brechas... continúan. Pero desde el sábado han recibido la caricia de una venda que sana. A la larga, pero me sanará. El mismo día en que se hacía pública la histórica Carta del Papa a los católicos de Irlanda, con su valiente hoja de ruta sobre la actuación eclesial contra los abusos –tolerancia cero–, llegaba con algunos amigos de mi parroquia de San Juan Bautista (Arganda del Rey) al convento de las monjas agustinas en Becerril de Campos (Palencia). Fueron poco más de 24 horas. Pero fueron revolución de la fe silenciosa.

¡Qué grande es rezar, al son de las cítaras de los Salmos, con la profundidad y la entrega de una veintena de monjas coherentes! Coherentes, se sabe, porque basta con mirarlas a la cara. En su gran mayoría jóvenes, el rostro siempre alegre, desbordante de felicidad. Desgastadas por el empleo al máximo de sus virtudes: monjas filósofas, monjas artistas, monjas dinámicas, fuertes, humildes, sencillas. Catequistas de los niños del pueblo, ensambladas en la necesaria misión ecuménica, buscadoras de los alejados e increyentes. Salen a su encuentro. No esperan: acuden. Van al Camino de Santiago. Estudian el idioma de los peregrinos que no son sino turistas y les hablan de Dios. Así de fácil, con una sonrisa.

Vivimos en la época de las crisis. También de las vocaciones. Son muchos los que afirman que Dios ya no importa a la gente, que la Iglesia está muerta. Basta con ir más allá de incomprensiones, dudas y brechas que son reales, sí, pero que también cuentan con un reverso. Basta con conocer el hecho también indudable de que la Iglesia de Jesús de Nazaret sigue latiendo porque transmite una verdad histórica: Dios es Amor, el Hombre aspira a ser también Amor. Las monjas de Becerril de Campos no me han recordado lo que nunca he olvidado. Pero sí me han refrescado el sentimiento. Me han puesto la venda al desasosiego en el que a veces me encuentro. Llegué con las pulsaciones bajas. Hoy lato más fuerte.

Recomiendo a todos, creyentes y alejados, someterse a la cura de la revolución silenciosa. Es una caricia. Y te depura la fe. Esa fe que a algunos nos conlleva una vida entera de subidas y bajadas de ascensor, de alegrías y tristezas, de certezas y dudas. Siempre en el camino, pero orbitando en las curvas. Esa fe que para otros (y otras) es tan cristalina y carece de mácula porque desprende pureza y autenticidad por los cuatro costados. ¡Ojalá recen mucho por los que derrapamos en las curvas!

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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