viernes, 11 de junio de 2010

“Tú rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro” (Sal 26)


Transcurrían los primeros años de los 70, cuando comenzó esta búsqueda, esta historia de amor entre Dios y yo. Encontrarme con el dolor, como la enfermedad y la muerte, me hizo plantearme seriamente el porqué, para qué y para quién. La búsqueda me llevo al seminario de Jaén y el 23 de diciembre de 1979 fui ordenado sacerdote.

El verano anterior, en el viaje a Ecuador en el contacto con la pobreza me marcó, siempre quise ir a misiones pero el Señor no lo vio conveniente, así que El me fue educando en la renuncia, te gusta esto, pues va a ser aquello… mientras tanto yo devoraba todo lo de espiritualidad que caía en mis manos: San Juan de la Cruz, San Francisco de Asís, Teresa de Lisieux, Roger de Taizé, Carlos de Foucauld, Thomas Merton, etc. y cada día iba creciendo en mi la necesidad del silencio y la soledad para estar con El, la actividad pastoral me lo impedía tantas veces, y si yo fuera monje. Pero donde iba yo con tantos años y con la salud rota y la dureza de la vida monástica… Me conformaba con una semana o dos en un monasterio pero siempre mi corazón pedía más. ¿Dónde voy yo? … en el verano del 2005 me fui como otros años, a Sobrado, y ahí un Padre me desmontó todo el tinglado. Yo decía que no podía ser monje por todo lo expuesto: salud, edad, etc. Y el me fui diciendo porque yo sí podía serlo.

Le prometí discernir enserio y ponerme en contacto con Sta. Mª de las Escalonias. Así lo hice después de 4 años de lucha aquí estoy. Llevo 4 meses y estoy aprendiendo, empezando a caminar por la vida monástica.

Vivencia de los valores monásticos.

Observo gestos, actitudes y comportamientos, los procesos para imitarlos o evitarlos. El rezo, con que alegría voy bajo las escaleras a las 4 de la madrugada, para alabar, bendecir y pedir a Dios sintiéndome en armonía con la creación entera. Que cortas son las horas de la mañana, que transcurren entre el coro, la oración personal, la lectio divina, y la celebración eucarística, que me da fuerzas para entregarme en el trabajo donde descubro la grandeza de lo pequeño. Lo mas insignificante hecho por amor a Dios es inmenso. Al mediodía la voz de Dios (la campana) nos invita nuevamente a la alabanza. ¡Cómo corro a reunirme en el coro con los hermanos para estar con el amado!, la palabra va marcando mi día, la rumio, la medito e intento vivir desde el silencio (que siempre me sabe a poco) y la soledad acompañada que siempre necesito de más calidad.

Entre los trapos siempre esta el Señor… Doblar con amor la ropa de los enfermos se puede convertir en un acto de adoración a Dios presente en los que sufren, en los pequeños.

La Salve con la que terminamos el día, en el oficio de completas, me recuerda que la Madre, Sta. Mª de las Escalonias me lleva de su mano. Y cosa curiosa, cuando la miro mientras canto, la veo triste con el ceño fruncido, sonreír… ella ha sido mi expresión durante el día. Ruega por nosotros a Dios…

Pero no todo es color de rosa ¡Cuántas veces me pongo nervioso cuando se falta al silencio, cuando en el coro no estamos tan atentos, cuando exigimos y no hacemos!

Cuando confronto y veo que nuestra comunidad pecadora puede más y el ideal de monje esta a años luz de la realidad cotidiana. Con la ayuda de Dios y de esta comunidad que el Señor me ha regalado, de la mano de María, espero llegar dónde y cómo Dios lo quiera.

Juan, postulante (58 años de edad)

Fuente: http://www.monasterioescalonias.org

2 comentarios:

  1. Pero qué hermoso testimonio! Que nuestros santos padres, Teresa de Jesus Y Juan de la Cruz, intercedan por él y lo acompañen en este proceso de discernimiento y siempre. Gracias por publical esta entrada.

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  2. Muchas gracias por este testimonio que llena el corazón y el alma.un abrazo.
    ocds leon

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