sábado, 28 de noviembre de 2015

TESTIMONIO VOCACIONAL DE NOELIA

 Me llamo Noelia García Molina y soy natural de Motril (Granada). Tengo 27 años y llevo dos años y medio en el Monasterio Cisterciense de la Santa Cruz, en Casarrubios del Monte, provincia de Toledo. Comencé el noviciado el día 19 de marzo de este año 2012, solemnidad de San José (patrono de las vocaciones).
            Siempre supe que me faltaba algo para ser plenamente feliz, y busqué sin desanimarme. Llegué al Monasterio por vez primera, en septiembre de 2007 y me quedé prendada de la paz, silencio, sencillez y alegría de sus habitantes. Los días que estaba en el monasterio, rezaba con ellas y me nutría espiritualmente de sus bellos y solemnes cantos en la Liturgia de las Horas -oración oficial de la Iglesia- y en la Eucaristía de cada día. También de su espiritualidad tan rica y profunda. Comprobé que en cada una de ellas había una personalidad muy diferente pero  éso no impedía una convivencia en perfecto orden y armonía, porque  amar e imitar a Jesucristo y en El a los hermanos es su ideal y la finalidad  de su vida en el monasterio, por tanto, lo que las diferencia en este sentido, enriquece más esa convivencia y la hace más atractiva. De todos modos no fue fácil decidirme, me costaba dejar tantas cosas… y una especie de miedo al fracaso, a no ser capaz y a no sé que más cosas... Pero como experimentaba que aumentaba mi sed de Dios y lo buscaba con todo mi corazón, me rendí a Su llamada ¡No existen imposibles para Él!

NOVICIA


            Cuando regresé a mi pueblo la primera vez que las visité el Monasterio, comencé a ir a Misa -siempre que mi trabajo me lo permitía-, a rezar más, a leer la Biblia, y libros de vida espiritual. Sentía una necesidad enorme de saber más de Dios, de encontrar la verdad en todo, y mas, de encontrar algo trascendente que diera sentido real a mi vida y llenara el vacío profundo que experimentaba cuando intentaba enfrentarme conmigo misma. Poco a poco fue iluminándose mi vida por dentro. Una alegría e ilusión interior, hasta ahora desconocida, iba creciendo cada vez más intensa y me hacía vivir más hacia dentro.

            La llamada hacia la vida monástica, era cada día  más clara y yo diría que hasta urgente. Experimentaba fuerte necesidad de vivirla, pese a los miedos que también iba superando.  Por parte de la familia no lo tenía nada fácil,  la reacción de ellos fue muy dura, no lograban entender que me gustase estar en un monasterio para siempre. A partir de la primera vez que vinieron a verme y conocieron a las hermanas que tengo de comunidad, todo aquello se ha cambiado en alegría y cariño agradecido hacia ellas. Ahora son muy felices de que esté aquí y hasta se sienten orgullosos de que sea monja.
            Yo tampoco me arrepiento de haber optado por la vida monástica cisterciense, ni por este monasterio, sino que cada día me siento más impulsada a dar gracias a Dios por este “gran regalo de la vocación”, es más, me siento profunda mente agradecida, porque también me reconozco  profundamente indigna de él. Esa gratuidad de un “don tan grande para mí,  me impulsa a cuidarla con esmero y en este momento  compartirla expresando esta gozosa experiencia por si le puede ayudar a otras jóvenes, a discernir la llamada y a seguirla. Porque no hay duda de que el Señor sigue llamando a seguirle  por este camino de la vida monástica, como lo ha hecho casi desde los primeros años del cristianismo.
            Ciertamente que he pasado por momentos de tentación y duda a lo largo de mi formación, y seguiré teniéndolos, ya que el enemigo no es gustoso de este seguimiento, pero la experiencia gozosa que vivo aquí día a día, jamás la había vivido ni en los mejores momentos de mi vida antes. Considero que todo hombre busca amar y ser amado, y aquí en la vida monástica, en mi Comunidad, amo y me siento muy amada por Dios y por mis hermanas. Ahora sí entiendo experimentalmente que la vida no tiene sentido si nos falta el AMOR. Pues yo digo con el Cantar de los Cantares “He buscado el AMOR de mi alma, lo encontré y ya no lo soltaré”.


            Termino dando gracias a Dios por la vida monástica, en mi caso concreto, por la Orden Cisterciense que me ha acogido y especialmente por esta Comunidad, que ha sido el instrumento del cual se ha servido el Señor para hacerme posible conseguir mis anhelos  de encontrar la FELICIDAD, que es "comenzar a vivir ya en este mundo lo que vamos a vivir eternamente en el Cielo"
            También quiero concluir diciendo a las jóvenes que me lean y se sientan llamadas por Dios a la vida consagrada, que no tengan miedo a seguir esa llamada, por que es lo más grade y maravilloso que puede ocurrirles.

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