miércoles, 2 de junio de 2010

Reflexión vocacional del Corpus Christi

La celebración de la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo es una ocasión para valorar la centralidad del misterio de la Eucaristía en todo aquel que vive una experiencia vocacional. En este sentido, gracias al testimonio personal de San Pablo, podemos descubrir algunos elementos teológicos de la Eucaristía que tienen que hacerse vida en nuestra experiencia personal para evitar que se queden en mera teoría.
Efectivamente, el texto de la carta a los Corintios es el más antiguo de los que hacen referencia a la última cena. Leyéndolo descubrimos en primer lugar la dimensión cristológica de la Eucaristía, es decir, la presencia real de Jesús en el pan y el vino. Cuando Jesús dice “esto es mi cuerpo” todo cambia. Y cuando el sacerdote pronuncia en su nombre sus mismas palabras, el milagro se realiza. Por eso la Iglesia ha desarrollado también la adoración eucarística fuera de la misma celebración de la misa. Viene bien recordar al cura de Ars que decía “El está ahí y te espera”. ¿Qué significa esto para mí? ¿Lo creo verdaderamente? ¿Dedico tiempo a visitar y adorar a este Jesús sacramentado que me espera?

Jesús nos dice por dos veces “haced esto en memoria mía”, es decir, nos invita a no olvidarnos de su gesto de entrega total. En esta dimensión pascual actualizamos el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. No se trata de recordarlo como se vuelve a ver una película o releer un libro, sino de revivir y personalizar la entrega de Jesús, que también es por mí y por mi salvación, por mi comunidad y por la salvación del mundo. Por eso en la celebración de la misa uno no puede ser un espectador sino alguien que se implica directamente.

San Pablo nos dice también que cada vez que celebramos la Eucaristía proclamamos “la muerte del Señor, hasta que vuelva”. Es la dimensión escatológica que nos recuerda que estamos de paso en este mundo y que peregrinamos hacia la una vida en plenitud. Esta confesión de fe la repetimos todos los días después de la consagración. ¿Pero deseamos verdaderamente que el Señor vuelva?

Otra dimensión importante de la Eucaristía es la eclesial. El contexto de la segunda lectura es el de una comunidad, la de Corinto, en la que se viola la verdadera fraternidad cristiana. San Pablo denuncia los abusos que se producen en su interior. Y para justificar su llamada a la fraternidad recuerda el gesto de Jesús en la última cena. Así su entrega total se convierte en el comienzo de una nueva historia, una nueva alianza, una nueva manera de vivir en fraternidad, en el que todos están llamados a entregarse, a darse, a ponerse al servicio del resto.

Esta idea de fraternidad la vemos reflejada también en el evangelio. Sobra decir las referencias eucarísticas que tiene este texto de la multiplicación de los panes, por lo que todo lo que podamos descubrir es aplicable también a la Eucaristía. Vemos primero que donde había necesidad se realiza un banquete, símbolo del banquete del Reino y actualización de aquel que inauguraba los tiempos mesiánicos. Es un banquete en el que comen todos y se sacian, e incluso sobra. Los doce cestos restantes nos muestran que todo el pueblo de Israel y el nuevo pueblo serán saciados por Jesús.

Efectivamente el evangelio gira en torno a Jesús y en cierto modo es una manifestación de su identidad. Siendo el milagro que culmina su ministerio en Galilea, Jesús se presenta como aquel que trae la salvación definitiva a los hombres de todos los tiempos. Su ministerio es paradigmático: habla del Reino de Dios, cura y da de comer a los que le siguen incluso hasta el desierto y la soledad sin tener nada, ni siquiera lo básico para comer. El centro de todo pertenece a Jesús.

Entonces, ¿cuál es el papel de los apóstoles? Ellos se sienten incapaces de responder a la invitación de Jesús “dadles vosotros de comer”. Para ellos la solución no puede ser otra que ir al pueblo y comprar. No saben salir del atolladero. Pero cuando reciben el pan bendecido y partido por Jesús, cuando acogen el pan que viene de él, entonces pueden alimentar a la gente. Esta es su misión, ser servidores de la mesa para que todos puedan comer.

Revisemos hoy qué es lo que falta a nuestras celebraciones para que podemos actualizar la experiencia del evangelio de hoy, es decir, que reconozcamos a Jesús como el que nos alimenta, que verdaderamente sea un banquete en el que todos se sacien y finalmente, que nos haga más fraternos y solidarios con los desfavorecidos del mundo. Al menos, hagamos hoy que nuestra celebración sea más fraternal y más auténtica.

Carlos Comendador Arquero (Hermandad de Sacerdotes Operarios- África)

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