domingo, 31 de diciembre de 2017

De periodista en Rome Reports a Hija de la Caridad

Era una chica más. Cumplía su sueño: ser periodista. Había trabajado en diversos medios y vivía en Italia para hacer noticias sobre el Vaticano en la agencia de noticias Rome Reports.

Patricia de La Vega dice que le encantaba lo que hacía. Sin embargo, algo cambió en su vida cuando descubrió que su vocación era servir a los más pobres de la sociedad. 

SOR PATRICIA DE LA VEGA
Hija de la Caridad
“Eso era algo con lo que había soñado desde que era pequeña, pero llegó un momento en el que vi que eso no llenaba toda mi vida, que había algo que me faltaba. Y entonces fue a través del contacto con las personas que más lo necesitan cuando ahí descubrí que en ese caminar juntos, eso a mí me hacía feliz, eso es lo que llenaba toda mi vida. Y pensé: “Esto es lo que quiero para siempre”.

Fue así como conoció a las Hijas de la Caridad, congregación ligada a San Vicente de Paúl, y comenzó a repensar su camino. Dice que no fue fácil, y que pasó miedo, pero tomó aire y dio el salto. Ahora asegura que no se arrepiente de su decisión, porque cree que es la que la conduce a la verdadera felicidad.

SOR PATRICIA DE LA VEGA
Hija de la Caridad
“Merece la pena totalmente, porque te hace vivir la vida con toda su intensidad. Porque me ha ayudado a conocer a muchas personas que de otra manera no hubiese conocido, porque ha hecho abrir mi corazón, mi vida, mi persona. Porque junto con estas personas y en la vocación en la que estoy creo que he crecido, que soy mejor, y que si no hubiese seguido esta vida pues no lo hubiese sido, creo que no. No hubiese sido tan feliz como lo soy ahora”.

Tras nueve años regresó a Roma, aunque esta vez no como periodista sino como consagrada. Celebró los 400 años de su carisma. Un carisma vicenciano que la impulsa a entregar cada día de su vida al servicio a los demás.

martes, 26 de diciembre de 2017

No hay edad para ser cura: 69 años y 2 hijas. Mañana se ordena sacerdote.

Un padre de dos hijas se ordenará sacerdote el próximo sábado en Zaragoza, tras haber completado su formación en el Seminario Metropolitano y haber realizado el preceptivo curso de servicio pastoral en parroquias y delegaciones de esta archidiócesis aragonesa.



Se llama José Manuel Camacho, tiene 69 años y decidió hacerse sacerdote cuando falleció su esposa. Ingresó en el Seminario Metropolitano de Zaragoza, donde ha seguido el programa universitario de grado en Estudios Eclesiásticos durante seis años, según han informado fuentes del Arzobispado.

José Manuel Camacho es el mayor de los siete seminaristas diocesanos que recibirán la ordenación sacerdotal el próximo sábado, en una ceremonia que presidirá el arzobispo de Zaragoza, Vicente Jiménez, y que tendrá lugar en la Basílica del Pilar.

Además de José Manuel Camacho, serán ordenados sacerdotes los colombianos Federico Castillo y Fabio Losada, el turolense -de Calanda- Pedro Sauras, y los zaragozanos Pablo Vadillo, Alejandro Latorre e Ignacio Laguna. Estos dos últimos se licenciaron en Derecho y ejercieron como abogados antes de decidir convertirse en sacerdotes.

Articulo Original ABC

sábado, 23 de diciembre de 2017

¿Por que existen los monjes y las monjas?

Vivimos inquietos exigiendo que todas las ocupaciones que emprendemos tengan resultados inmediatos y perceptibles. Se aceleran nuestros pasos por la vida, y vamos matando nuestra capacidad de detenernos pacientemente ante la belleza y valor de los acontecimientos importantes. Las noticias, el entretenimiento y las redes sociales saturan nuestros días y tenemos ya poco deseo en invertir demasiado tiempo en una misma ocupación, pues sólo interesa tener nuevas sensaciones que sean breves e intensas, y que en lo posible no exijan de nosotros un compromiso demasiado grande. ¿Cómo podríamos, inmersos en este momento de la historia, comprender siquiera la vida de hombres y mujeres que entregan su existencia a contemplar los misterios de Dios, e interceder ante Él por el dolor del mundo, en un clima de permanente silencio, soledad y oración?

Antes de dar cualquier respuesta, debemos saber que la vida monástica cristiana no puede entenderse sin más como una invención de hombres y mujeres extraordinarios que deciden llevar una vida tranquila lejos del ruido y el dolor del mundo, valiéndose sólo de sus esfuerzos. Es hoy, como lo era ya en el siglo IV, la respuesta a una llamada del Espíritu Santo a seguir a Cristo en un camino de lucha y donación de sí mismo en el desierto por el bien de todos los hombres. No debemos nunca perder de vista lo sobrenatural de todo esto: el monje va a buscar a Dios en respuesta a una llamada que Él mismo le hace. A esto es a lo que llamamos “vocación”.

En cuanto es llamado, el monje se adentra en la clausura del monasterio, con la consciencia de que aunque lo que vea sean muros de roca es al corazón de Cristo al que entra: ese lugar de encuentro espiritual con todos los hombres y mujeres que en la vida buscan sentido y respuesta a sus más inquietantes preguntas, así como consuelo a sus más hondos dolores.
Los monjes y monjas viven pues en una permanente ofrenda de sí mismos, alimentando con sus oraciones al cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. A los ojos de nuestra mentalidad instrumental, tan limitada a los resultados visibles, podemos juzgar la vida monástica como un absurdo modo de desperdiciar la existencia. Si la contemplamos en cambio bajo la luz de la fe, es ella un vivo testimonio del misterio de Dios entre los hombres, pues descubrimos que los monjes, consagrados a contemplar a Dios e interceder ante Él por el mundo entero, son piedras vivas que sostienen y animan misteriosamente las obras visibles que la Iglesia realiza en medio del mundo. Así, si la Iglesia es un cuerpo, diremos que mientras algunos de sus miembros están llamados a caminar y predicar o enseñar, otros bombean la sangre ocultamente desde la clausura y contribuyen así a que el cuerpo no desfallezca.

Mario Felipe Vivas Name

domingo, 17 de diciembre de 2017

Confieso que me enamoré...(Padre Eduardo)

No os asustéis. Tal vez no es el mejor momento para empezar un comentario abierto haciendo una confesión de este tipo, siendo yo fraile. Pero no tengo más remedio que confesar que me he sentido seducido por la mirada de Dios. Una mirada que me rescató de mi propio afán de cumplir expectativas. 

Era el tiempo en que uno vivía permanentemente en la comparación de otros. Todavía recuerdo vivamente el nombre y los dos apellidos de los más brillantes compañeros de clase y de los que mejor jugaban al fútbol... Yo los miré siempre de lejos, con una envidia no disimulada, asumiendo mal mi mediocridad. 

Su ternura alzó mi barbilla y me dijo: Mira delante... no te quedes en tus propias torpezas, que anidará en ti la amargura. Yo amo a los que son capaces de perdonarse y de nacer. Poco a poco la sensación de una mirada dentro de mí fue dando paso a otra manera de sanear mis agobios y días grises... 

Confieso que algo fue ocurriendo lentamente en esos lugares donde se teje la confianza o anida el recelo. Y caigo en la cuenta de que esa mirada es como una permanente voz diciéndome: Seguirás perdiendo el sentido (un poco loco sí que estoy) y seguirás cayendo, pero te pido solo que seas suficientemente humilde para dejarte recoger. 

Esta convicción me sigue conmoviendo y, desde entonces, siento que el peso de la vida no descansa en mis espaldas, que no me pide que sea fuerte, que sea perfecto, que tenga la respuesta adecuada... Solo me pide creer que mi vida le importa, que no voy ni vamos a la deriva, que de todo fracaso, de todo dolor, de toda decepción y vacío... me recogerá su mano... 

Confieso que he sido seducido por un Dios que teje con mis pecados y mis pobrezas el deseo de seguir buscando su rostro. 

Hace ya tiempo que uno de los faros y de las alegrías que mueve mi historia son aquellos versos de Juan de la Cruz: 

Buscando mis amores, 
iré por esos montes y riberas
ni cogeré las flores
ni temeré las fieras
y pasaré los fuertes y fronteras.

Confieso que sigo buscando mi amor... y reconozco de manera especial la ternura de ese amor (de Dios y sus guiños) en la vida de muchas personas que él me ha ido regalando. 

Mientras voy de camino, me dejo seducir por la brisa de Dios hecha cercanía en aquellos que ahora pintan de colorines mi vida, en tantas ocasiones quebrada y perdida... mi amiga, mi hermano, mi madre, un abuelillo... todo en UN MISMO AMOR... solo uno. 

viernes, 8 de diciembre de 2017

POR QUÉ CASARSE ES UNA VOCACIÓN?


¿Por qué estoy diciendo sí al matrimonio católico?
¿Me estoy perdiendo algo al comprometerme para toda la vida?
¿Porqué o para qué casarme?
Y luego de una larga reflexión, llegué a una sencilla verdad:
Si sientes que Dios te llama a formar una familia, el matrimonio es para lo que fuiste creado(a).

Muchos me dirán: “Emma, pero eso no es un argumento válido es tan sólo una frase”, y sí lo sé, es sólo una frase, pero téngame paciencia y permítame compartirle mi postura.

Las personas no fuimos hechos para los compromisos a medias, nuestra naturaleza nos lleva a darnos el todo por el todo. Ninguna persona entra en una empresa con la idea de fracasar, y más aún, nadie inicia una relación de pareja vislumbrando el día en que ésta se termine.

Cuando dices:
Yo,_____ te recibo a ti________, como mi esposo(a)
y me entrego a ti
y prometo serte fiel
en la prosperidad y en la adversidad,
en la salud y en la enfermedad,
y así amarte y respetarte
todos los días de mi vida.

Eres tú quien lo dice, no la Iglesia, ni tampoco le dices a tu cónyugue “Te recibo en nombre de la Santa Sede” o “Te seré fiel por voluntad del Papa”. Porque no es la Iglesia quién tomó la decisión, por lo tanto tampoco ella puede cambiar después las reglas del juego, porque has sido tú quien ha prometido amar para toda la vida, la Iglesia simplemente te recuerda tu disposición primera de amar, porque fue lo que prometiste, entregarte por completo, amar por la simple decisión de amar. (Disculpen si uso muchas veces la palabra “decisión” pero quiero remarcar muy bien el peso de ésta y su papel fundamental en la vocación del matrimonio).

Por lo tanto, el matrimonio no se trata de dar sólo el 5%, 10%, 15%, o decirle al otro, “te doy el 90% de mí corazón, puedes tener mi presencia contigo por un tiempo, pero no puedo entregarte todo mi ser”.
Eso no es amor. Y lo sabemos.

El amor no dice: “Te amaré por dos años“, o “Te amaré hasta que ya no podamos ponernos de acuerdo“. 

Muchas veces la falta de formación (es decir, nos preparamos para una profesión por años, pero para un matrimonio de toda la vida muchos protestan si se les pide hacer una catequesis de unos cuantos meses, 

“Quien ataca la familia no sabe lo que hace, porque no sabe lo que deshace”
G.K. Chesterton

Al estudiar y rezar con los votos matrimoniales (porque me los aprendí, y son parte de mi oración de cada mañana), descubrí que el amor auténtico, involucra todo de nuestro ser: cuerpo, mente, corazón y alma, y que el matrimonio se fundamenta en un amor que es libre, total, fiel y fecundo. La cohabitación, por el contrario, involucra un cuerpo que dice me entrego por completo, mientras que tu corazón y alma dice “sí pero sólo y por mientras las cosas marchen bien“.

Sin embargo, aún hay esperanza, por si no lo han notado las personas estamos fascinadas con las bodas (basta echar un vistazo a Pinterest y sus mil y un tableros con el tema), 

Éste el amor que Jesucristo vivió a través de la entrega total de su vida en la cruz, con los brazos de par en par, sin guardarse nada para sí. Su amor es el modelo para que nuestro amor sea libre, total, fiel y fecundo.

“Para que el amor sea verdadero, nos debe costar. nos debe doler. nos debe vaciar de nosotros mismos”
Beata Madre Teresa de Calcuta

Hoy hace un año exacto, que Didier y yo nos comprometimos. Fue un noche después de Misa, después de haber ofrecido a Dios la decisión y haberle dado no solo el “Sí acepto” al otro, sino también el “Hágase en mí” al Señor. Supe lo que fue mi vida sin mí hoy esposo y descubrí que todo fue preparación. 

Quiero darle a Didier todo de mí, no solo el 80%, ni el 90%, o el 99% de mí. Sino el 100% y una milla extra. Porque para esto fuimos creados: Para amar sin medida.
Es por esto, que decidí entregar mi vida.

El matrimonio es mi vocación.

sábado, 2 de diciembre de 2017

Camilos

«¿Que tengamos cuidado porque en Milán hay peste? Precisamente por eso vamos allí.»(San Camilo)

El carisma es un don gratuito de Dios a una persona a la que ilimina y trasnforma interiormente con la misión de iniciar una nueva obra para el bien de la Iglesia y para responder a algunas de las necesidades de la humanidad en un determinado momento histórico.
San Pablo nos presenta en sus cartas diferentes dones o carismas. Entre ellos, por su referencia explícita al carisma camiliano, podemos citar: "hacer obras de misericordia" (Rom 12, 6-8), "curar a los enfermos" (1 Cor 12,9) y "asistir a los necesitados" (1 Cor 12, 28).
El carisma no permanece exclusivamente en la persona que lo recibe. Éste se los comunica a otros a los que invita y arrastra a vivir con él y fundar un nueva comunidad, congregación o instituto religioso.
La formulación del carisma de los Religiosos Camilos se resume en acoger a los enfermos y curar las enfermedades como Jesús y que invitó a sus discípulos a hacer lo mismo, uniendo la misión de anunciar el evangelio y la de curar a los enfermos. Camilo de Lellis especificó y concretó este  carisma en dos dimensiones:
Como "servicio completo" a la persona enferma.

Como "escuela de caridad" para los que comparten la tarea de atender a los enfermos.