sábado, 30 de mayo de 2009

Oración de Juan Pablo II al Espíritu Santo

Espíritu Santo, dulce huésped del alma, muéstranos el sentido profundo del gran Jubileo y prepara nuestro espíritu para celebrarlo con la fe, en la esperanza que no defrauda, en la caridad que no espera recompensa.

Espíritu de verdad, que conoces las profundidades de Dios, memoria y profecía de la Iglesia, dirige la Humanidad para que reconozca en Jesús de Nazaret el Señor de la gloria, el Salvador del mundo, la culminación de la Historia.

Ven, Espíritu de amor y de paz.

Espíritu creador, misterioso artífice del Reino, guía la Iglesia con la fuerza de tus santos dones para cruzar con valentía el umbral del nuevo milenio y llevar a las generaciones venideras la luz de la Palabra que salva.

Espíritu de santidad, aliento divino que mueve el universo, ven y renueva la faz de la tierra. Suscita en los cristianos el deseo de la plena unidad, para ser verdaderamente en el mundo signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano.

Ven, Espíritu de amor y de paz.

Espíritu de comunión, alma y sostén de la Iglesia, haz que la riqueza de los carismas y ministerios contribuya a la unidad del Cuerpo de Cristo, y que los laicos, los consagrados y los ministros ordenados colaboren juntos en la edificación del único Reino de Dios.

Espíritu de consuelo, fuente inagotable de gozo y de paz, suscita solidaridad para con los necesitados, da a los enfermos el aliento necesario, infunde confianza y esperanza en los que sufren, acrecienta en todos el compromiso por un mundo mejor.

Ven, Espíritu de amor y de paz.

Espíritu de sabiduría, que iluminas la mente y el corazón, orienta el camino de la ciencia y la técnica al servicio de la vida, de la justicia y de la paz. Haz fecundo el diálogo con los miembros de otras religiones. y que las diversas culturas se abran a los valores del Evangelio.

Espíritu de vida, por el cual el Verbo se hizo carne en el seno de la Virgen, mujer del silencio y de la escucha, haznos dóciles a las muestras de tu amor y siempre dispuestos a acoger los signos de los tiempos que Tú pones en el curso de la Historia.

Ven, Espíritu de amor y de paz.

A Ti, Espíritu de amor, junto con el Padre omnipotente y el Hijo unigénito, alabanza, honor y gloria por los siglos de los siglos.

Amén.

lunes, 25 de mayo de 2009

Videos vocacionales


Los monjes no servimos para nada...

Estaba yo una vez mostrando a una familia el monasterio de Poblet, donde vivo, cuando después de haberles enseñado la sala llamada del abad Copons, una de las damas del grupo me preguntó: «¿Y ¿para qué sirve?».
Imagínense ustedes (si no la han visto) la mencionada construcción: una bóveda de piedra de perfecta mecánica gótica, con unos arcos (con fuertes nervaduras de sección rectangular) del siglo XIV, que no arrancan de ménsulas, sino directamente del muro: una sola nave de gran anchura y de proporciones exactísimas. ¡Y la señora me pregunta para qué sirve!
No pude cambiar de tema de conversación y ponerme a hablar de fútbol puesto que no tengo la menor idea de deportes; así que me vi obligado a contestar directamente: «¿Le parece a usted poco que esta sala sea tan bonita? ¿Ha visto usted otra semejante en el resto de España o de Europa? Si una sala así es bonita, ¿se la tiene que exigir, además, que esté al servicio de otra cosa?... ¿Para qué sirve el cuadro de “Las lanzas”? Absolutamente para nada..., para nada menos que para contemplarlo embelesado. Pues lo mismo ocurre con esta sala. Deléitese usted contemplándola. Deje que su espíritu se dilate en esta espléndida creación de espacio».
La señora asintió. No recuerdo quién era. Pero el diálogo se dio hará de ello unos tres años. Pues bien, si alguien me preguntara un día un poco como esta señora, «¿para qué —de qué— sirven los monjes?», le contestaría con muchísimo más aplomo: «Absolutamente para nada. Un monje no sirve "de" ni sirve "para". Un monje sirve "a". Sirve a Dios. Exigir que incluso los monjes seamos una especie de instrumento "de" o "para" es una aberración a la que ha llevado a muchos la actual civilización (por llamarle a eso de algún modo), esta civilización que arranca en parte de Adam Smith y su fábrica de alfileres y, más aún, de Marx, aquel aburrido "príncipe de los serios como le llamaba Sartre. Gracias,, en gran parte, a este Karl, nuestro mundo ha perdido, en efecto, el sentido de lo gratuito, lo lúdico: todo tiene que ser para ser valioso, un instrumento de producción. Ser productivo o no ser., éste es el problema. ¡Menudo mal ha hecho a la inteligencia el señor Marx! ¡Menuda deformación general ha desencadenado! Una sartén sirve realmente "para" freír, sirve "de" recipiente "para" que el aceite no se vierta y `para" que se fría lo que ha puesto en ella el cocinero o la cocinera, teniéndola por el mango. Las cosas (¡las "cosas"!) pueden servir "de", pueden servir "para". Pero ¡las personas! ¡Y los monjes!».

Con este preámbulo estamos preparados para comentar el título de este artículo: ¿De qué sirven los monjes? ¿Para qué? La respuesta es: naturalmente que los monjes no sirven absolutamente para nada.
Si han edificado tantos bellos monasterios en España y en el resto de Europa, eso es solamente un subproducto de la vida monástica. Si el monacato benedictino y cisterciense extendió e intensificó en Europa la cultura del vino y del pan (es decir, el cultivo de la vid y del trigo), eso es una pura resonancia residual no intentada por si misma. Si los monjes hemos contribuido antaño a trasladar la cultura clásica y religiosa antigua a la Edad Media europea y hemos producido bellos manuscritos: si algunos monasterios han sido granjas-modelo, eso es simplemente un producto residual no buscado directamente.
Los monjes nunca hemos intentado ser productivos, Dios nos libre: los monjes no hemos dado golpe en nuestra vida, ¡vamos! ¡Eso está más claro que el agua!
Los monjes no servimos «de» ni «para»; servimos «a» Dios: que encima no lo necesita, ¡admírense! Somos nosotros, es el mundo entero, quienes necesitamos servir a Dios, porque el amor no puede reprimir sus expresiones. Somos nosotros quienes necesitamos expresar nuestra gratitud., nuestra glorificación y nuestra alabanza., por pobres que sean. A Dios no le va en este juego absolutamente nada. Quiero decir: al Dios de la metafísica. Al Dios católico, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, le va la vida humana de su hijo; véanle en la cruz. Dios, en tanto que Dios, no sufre en absoluto si nosotros nos olvidamos de él; pero, en cierto sentido, tan intensamente real que es inexpresable, Dios «sufre» si ve que nos alejamos de él; como sufriría una madre que viera que su hijo está a punto de caerse en un pozo.

Resumo: los monjes no servimos absolutamente para nada: no tenemos nada que ver con lo que hemos, involuntariamente, producido —sean viñedos, sean monasterios, sean miniaturas—: lo que ocurre es que hoy vivimos en una civilización en la cual no producir, no hacer nada, no está valorado. Pero eso no nos importa. Nosotros., a servir a Dios, y en paz.
Agustín Altisent

jueves, 21 de mayo de 2009

"Sed Santos porque yo vuestro Dios, soy Santo"


La llamada del hombre a la perfección ha sido de alguna manera percibida por pensadores y moralistas del mundo antiguo y también posteriormente en diversas épocas de la historia. Pero la llamada bíblica posee una característica totalmente original: es particularmente exigente cuando indica la santidad a semejanza de Dios mismo.

“Sed santos porque, yo, Yahvé vuestro Dios soy Santo” (Lev. 19,2)

Sólo puedo penetrar el sentido de vocación – llamado- si alguna vez he experimentado la proximidad de Dios. Mi vocación es una llamada de Dios a una relación personal con él, en el amor. Es un problema de amor: amor de Dios y …amor a Dios.

Yo fui creado por Dios a imagen suya: mi vida misma queda así marcada a fuego por Dios. Él me comunica su Vida, porque me quiere santificar en y desde el lugar que me corresponde ocupar en el mundo.

En esa perfección, no sólo participa mi alma; también mi cuerpo, con cada uno de mis pensamientos, cada uno de mis gestos, debe estar consagrado a Dios.

Oración a la Virgen por las Vocaciones

"María, humilde sierva del Altísimo, el Hijo que engendraste te ha hecho sierva de la humanidad.

Tu vida ha sido un servicio humilde y generoso:

has sido sierva de la Palabra cuando el Ángel
te anunció el proyecto divino de la salvación.

Has sido sierva del Hijo, dándole la vida
y permaneciendo abierta al misterio.

Has sido sierva de la Redención,
permaneciendo valientemente al pie de la Cruz,
junto al Siervo y Cordero sufriente,
que se inmolaba por nuestro amor.

Has sido sierva de la Iglesia, el día de Pentecostés
y con tu intercesión continúas generándola en cada creyente,
también en estos tiempos nuestro, difíciles y atormentados.

A tí, Joven Hija de Israel, que has conocido la turbación del corazón joven
ante la propuesta del Eterno, dirijan su mirada con confianza los jóvenes del tercer milenio.

Hazlos capaces de aceptar la imitación de tu hijo
a hacer de la vida un don total para la gloria de Dios.

Hazles comprender que servir a Dios satisface al corazón,
y que sólo en el servicio de Dios y de su Reino
nos realizamos según el divino proyecto
y la vida llega a ser himno de gloria a la Santísima Trinidad.
Amén".

La Vocación: llamada, amistad, amor...

La vocación no es un problema individual (¿Qué espera Dios de mí?), ni algo exclusivamente moral (¿Oponerse a Dios es pecado?), ni siquiera ha de plantearse preguntándose: ¿Cuál es la vocación mejor? Se pertenece a una Iglesia, donde todo es mejor, donde se obra por amor y en la cual se vive como miembro.
La vocación no es sólo un gusto, no es sólo una inclinación, no es sólo querer, no es sólo poder. Nadie «tiene» vocación. Es la vocación la que nos tiene a nosotros, es ella la que nos va teniendo a medida que afinamos nuestro oído, a medida que nuestros ojos descubren que alguien ha de repartir el Cuerpo de Cristo, la Palabra de Cristo, el Amor de Cristo.
La vocación no es cuestión de evidencia, sino de amor.
La vocación es algo esencialmente social. No consiste en un sentimiento, ni en un gusto, ni hay que esperar una llamada telefónica de Dios, ni se nace con una señal especial en la frente. Él llama cuando da ojos para ver las mieses granadas que se pierden por falta de brazos.
La vocación es como un itinerario con señales de pista. Cada señal lleva a la señal siguiente, sin saber el término definitivo. Más que un conocimiento del futuro es una correspondencia amorosa. Es una amistad.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Monasterio Benedictino de la Santa Cruz de Sahagún de Campos


Somos una Comunidad contemplativa de once hermanas, que vivimos con entusiasmo e ilusión nuestra consagración a Cristo Señor según el carisma y la Regla de San Benito, Padre de la vida monástica en Occidente. Nuestro Carisma es la intercesión por la Iglesia y el mundo, la acogida fraterna y cálida a cuantas personas se acercan a nuestro Monasterio que, por estar en el Camino de Santiago, la hacemos efectiva con un refugio para peregrinos.
Otro de los pilares en los que se apoya nuestra vida de benedictinas es la escucha atenta de la Palabra de Dios, como una carta de amor siempre personal y actual, ya sea en la celebración festiva de la liturgia o en la oración individual Todo ello vivido en fraternidad y comunión, pues somos una familia en la que las cosas de cada una son las cosas de todas.
Nuestro bellísimo Monasterio de la Santa Cruz está en la histórica villa de Sahagún, diócesis de León (España), con una presencia ininterrumpida de hermanas de más de 450 años.
Por eso a ti joven, que sientes que el Señor te llama a consagrar tu vida en la oración, no dudes en ponerte en contacto con nosotras.
Si eres un sacerdote, que crees en el poder de la oración y en la necesidad de la vida contemplativa como servicio a toda la Iglesia, puede que conozcas a alguien que está buscando su camino. Ayudádnos, por favor, para que esta casa de intercesión y alabanza no tenga que cerrarse.
Poneos en contacto con nosotras para conocernos.
Dios os bendiga.

Nuestra web es http://www.monasteriosantacruz.com
Nuestro correo es benedicsah@wanadoo.es
El teléfono es 987 78 00 78.

Sor Anuncia (abadesa del Monasterio benedictino de la Santa Cruz)

Vidas gastadas

Interesante video acerca de la vocación al Sacerdocio:




martes, 12 de mayo de 2009

Madurar en Dios


Hay otro camino para madurar. Consiste en vivir en un diálogo continuo, sereno, confiado, constante, con Dios.

Hay quienes maduran a base de golpes. Tras un mal paso, después de una traición, al descubrir la propia debilidad, uno empieza a darse cuenta de muchas cosas...

Quedan, sí, heridas, porque el pasado no perdona y “pasa” siempre su factura. Pero al menos aprendimos a no ser ingenuos, a no ser presuntuosos, a no apoyarnos en el dinero, a no empezar el segundo vaso de vino, a dejar lejos la curiosidad de ver qué se siente si...

Hay, sin embargo, otro camino para madurar. Consiste en vivir en un diálogo continuo, sereno, confiado, constante, con Dios.

La vida, en este segundo camino, es vista como una llamada, como un don, como un viaje entre mil compañeros y con un destino común: el cielo.

El caminante madura desde la escucha continua del mensaje divino. Toma entre sus manos el Evangelio. Descubre la invitación a rezar continuamente, a dejar de lado la obsesión por el dinero, a cuidar las miradas, a controlar los pensamientos, a dejar espacio al servicio, al perdón, a la acogida, a la esperanza.

El Evangelio sirve como hoja de ruta y como mensaje que llega a lo más hondo del alma: hay un Dios que me ama, que me busca, que me espera, que desea mi bien. Hay un Dios que me pide que aprenda a amar a mis hermanos, a los que se encuentran a mi lado.

Hay un Dios que también me ayuda si he dado un mal paso, si he cometido un pecado, si me dejé vencer por el egoísmo, si cedí a las insidias de la soberbia.

Es un Dios que no me quita placeres buenos, pues nunca será bueno algo hecho de modo egoísta. Al contrario, me ofrece una alegría mucho más rica, porque viene del mismo Dios que se hace presente en la historia de cada uno de sus hijos.

Dios me invita, en este día, a caminar hacia la madurez verdadera. Con ella será posible dar el paso más profundo, más completo, más hermoso que pueda realizar cualquier ser humano: amar a Dios y amar al prójimo, sin medida, sin miedos, con alegría, con esperanza. Viviré así como imagen, como semejanza, de un Dios que podemos definir con una simple palabra: Amor.

Autor: P. Fernando Pascual LC
Fuente: Catholic.net


sábado, 9 de mayo de 2009

Un video vocacional para meditar.

Os recomiendo este video. Resume muy bien el mensaje de la XLVI Jornada Mundial de oración por las vocaciones con el lema de San Pablo: "Sé de quien me he fiado".





Disfrutadlo y meditadlo...