viernes, 23 de octubre de 2015

Pasos previos a la vocacion: la coherencia

UN MUNDO INCOHERENTE

Vivimos en un mundo de palabras huecas, de frases altisonantes que ocultan intenciones que poco tiene que ver con lo que proclaman las palabras. Vivimos en la era de las comunicaciones. Los mensajes se multiplican y entrecruzan, nuestra capacidad de asimilar la información que diariamente recibimos está bombardeada por estímulos encontrados y superpuestos.

Diariamente somos testigos de las grandes incoherencias públicas. El hombre de hoy con sus grandes declaraciones sobre los derechos, con su conciencia cada vez más aguda de la libertad y la dignidad humana, es testigo perplejo y confundido de la incoherencia entre sus buenas intenciones y la realidad lacerante de la injusticia, de la brecha creciente entre ricos y pobres, de la conculcación cada vez más flagrante de los derechos que se dicen defender. En una palabra, vivimos inmersos en una cultura sellada por la incoherencia entre lo que se dice y lo que se vive.

LLAMADOS A SER COHERENTES

Como cristianos estamos llamados a la santidad. Este camino es un apasionante desafío que no está exento de dificultades pero en él la gracia de Dios nos guía y nos sostiene. Sin embargo, para que la gracia sea eficaz en nuestras vidas es necesaria nuestra cooperación. No basta con decir "Señor, Senor" (Mt 7, 21). Por eso San Agustín decia: "Dios que te creó sin tu consentimiento no te salvará sin tu consentimiento". Como consecuencia de este llamado se nos exige la autenticidad, dar testimonio permanente de la Reconciliación traída por el Señor Jesús. De nuestra coherencia depende la fe de muchos hermanos que esperan una respuesta a las inquietudes más hondas de su mismidad. Recordemos siempre que es todo un mundo el que tenemos que transformar desde sus cimientos, de salvaje a humano y de humano a divino. La grandeza de nuestra misión hace indispensable que no traicionemos la fe que proclamamos.

EL ENEMIGO: LA MENTIRA EXISTENCIAL

En cada intento por vivir la coherencia establecemos un combate frontal con el pecado y la scotocis, contra esa realidad tenebrosa que es el ambiente propicio para el desarrollo de esa cultura de muerte que estamos llamados a transformar. Y en este combate la peor derrota es proclamar la fe y no vivirla, transformar en mentira personal lo que decimos que es Verdad para todos los hombres. Peor traición no existe, la incoherencia con nuestra fe es decir públicamente que Dios miente, es el escándalo que el Señor condena en el Evangelio.

NUESTRA REALIDAD: LA DEBILIDAD

Estamos invitados a la Comunión de Amor y a dar testimonio de nuestra esperanza en el mundo. En este esfuerzo nos encontramos con nuestra debilidad, descubrimos que solos no podemos (Jn 15), que tenemos miedo, que como Pedro prometemos y traicionamos. Entonces surge la pregunta ¿Cómo aprender a ser coherentes?

MARÍA: MAESTRA DE LA COHERENCIA

Nuestra espiritualidad es la espiritualidad de María. Todo lo que aprendemos sobre el Señor Jesús lo aprendemos de nuestra Madre. Y todos los auxilios para vivir nuestra fe los recibimos gracias a su intercesión y a través de ella.

ESCUCHA DE LA PALABRA

María es la Mujer que desde su nacimiento responde a las inquietudes fundamentales de su ser. Vive en el silencio, en la escucha permanente a la Palabra. No se deja atrapar por el ruido ni por el activismo. Pone la clave de su vida, su sentido más hondo, su persona íntegra, al servicio del Plan de Dios porque sabe que sólo en Él está la Plenitud. Su corazón inmaculado está integra y permanentemente atento a la voz del Señor Jesús.

Meditando en la vida de nuestra Madre descubrimos que la coherencia no es otra cosa que la consecuencia natural de escuchar la Palabra, el llamado más hondo de su propio ser, la respuesta al ansia ardiente de plenitud, de verdad, de paz, de felicidad, de alegría que ella como cada uno de nosotros tiene escrito en el fondo de su ser más íntimo (Lc 1, 46).

PONER POR OBRA

Cuando María dice el primer hágase (Lc 1, 38) se compromete a ser coherente en su misión de ser la Madre del Reconciliador. Esta entrega le exigirá dolor y sacrificio pero ella sabe que en adherirse a su Hijo está la felicidad plena. Nada la desviará de su objetivo, el amor inmenso por el Señor Jesús y por nosotros sus hijos, la impulsará a ser la mujer fiel, la Madre de la esperanza, de la constancia en la espera de las promesas divinas, de la fe.

En María descubrimos que la coherencia es un signo cotidiano de amor. Los grandes momentos de su vida, la respuesta afirmativa al anuncio del ángel, a la profecía del anciano Simeón, a la enigmática respuesta del Señor Jesús en el Templo, al Sacrificio del Hijo en la Cruz, al nacimiento de la Iglesia no son sino el fruto maduro de su constancia cotidiana en el esfuerzo por descubrir el Plan de Dios y responder en las situaciones más sencillas. La fidelidad en lo pequeño asegura la fidelidad en lo grande.

La coherencia es pues, escuchar la Palabra de Dios y ponerla por obra como lo hizo María, nuestra Madre.

CITAS PARA MEDITAR

Guía para la Oración

Motivos para la coherencia: Heb 10, 32-36.
Dios nos educa en la coherencia: Heb 12, 1-13.
Coherencia en la caridad y en la oración: Rom 12, 9-12.
Nuestra misión: ser coherentes: Mt 5, 13-16.
Constancia en el combate contra el maligno: 1Pe 5, 9--11.
Ser coherentes en todo momento: Flp 1, 27-30.
Coherencia con la Palabra en el sufrimiento: 1Pe 4, 12-19.

miércoles, 21 de octubre de 2015

VEN Y SÍGUEME

«Queridos amigos, planteaos seriamente la pregunta sobre vuestra vocación, y estad dispuestos a responder al Señor que os llama a ocupar el lugar que tiene preparado para vosotros desde siempre».

Desde hace algunas décadas vemos con honda preocupación cómo el número de vocaciones tanto para el sacerdocio como para la vida consagrada viene disminuyendo. No pasa desapercibida la escasez de sacerdotes que existe para atender a las inmensas multitudes de fieles cristianos. De modo similar se puede hablar de los consagrados: muchos hijos e hijas de la Iglesia permanecen pastoralmente abandonados por falta de manos y recursos, mientras el secularismo predominante en la cultura va haciendo cada vez más difícil la respuesta a la vida cristiana y crece el influjo de sectas y "meras formas" de religiosidad. Ante esta desafiante realidad, que a todos los católicos debe preocuparnos hondamente, solemos escuchar que hay una falta o crisis de vocaciones. Pero, ¿ha dejado Dios de llamar a hombres y mujeres a la vida sacerdotal o consagrada?

¿CRISIS DE VOCACIONES,  O CRISIS DE RESPUESTA?

Lo primero que hay que afirmar es que no hay falta de vocaciones. ¡Las vocaciones abundan! ¡Dios sigue llamando a muchos también hoy! El problema está en la ausencia de respuesta al llamado del Señor, y esto por diversas razones: sordera para escuchar la voz de Dios en un mundo que nos llena de bulla; cobardía cuando uno percibe que el Señor le pide "más entrega"; oposición y presión que desalienta y hace que muchos se echen atrás, ya sea por parte del ambiente en general, del círculo de "amigos" o incluso de los propios padres y familiares; inconsistencia en la vida espiritual e incoherencia en la vida cristiana.

También habría que preguntarnos si la falta de respuesta de los llamados se debe al pobre testimonio de vida cristiana que muchas veces damos los católicos. ¿Ha dejado de ser la santidad de vida un ideal apelante y atractivo para los jóvenes de hoy por nuestra mediocridad e incoherencia entre lo que decimos creer y lo que mostramos muchas veces con nuestras obras, con nuestra conducta? Si fuéramos santos, hombres y mujeres formados en la fe y convencidos de que el Señor Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, si con el testimonio de una vida coherente supiéramos presentar a Cristo con toda la fuerza atractiva que emana de su Persona, ¡cuántas vocaciones veríamos florecer en la Iglesia hoy!

¿QUÉ ES LA VOCACIÓN?

La palabra "vocación" viene del latín "vocare", que significa "llamar". Así pues, al hablar de vocación en el vocabulario cristiano entendemos el llamado que Dios hace al ser humano, a cada uno de nosotros. Ya nuestra vida misma es una vocación: el "llamado" que Dios nos hace a salir de la nada para pasar a la existencia.

Hemos sido creados con la capacidad de entrar en diálogo y comunión de amor con Dios mismo. ¡A nosotros nos llama el Señor para participar de su misma vida y naturaleza divina! Es un llamado a «ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor.

Pero junto a este llamado o vocación universal hay otro llamado particular: a cada cual Dios lo llama a ocupar un lugar y a cumplir una misión específica en el mundo. Ante ese llamado «es deber irrenunciable de cada uno buscar y reconocer, día tras día, el camino por el que el Señor le sale personalmente al encuentro».

Dentro de esa vocación o llamado particular, la mayoría encuentra en la vida matrimonial su propio camino de santidad, mas otros están llamados a seguir al Señor Jesús "más de cerca", siguiendo su mismo estilo de vida mientras vivió con nosotros, renunciando a todo para entregar su vida al anuncio del Evangelio y al servicio evangelizador de los hermanos humanos, ya sea en el sacerdocio o la vida consagrada. A éstos, de una manera particular, va dirigido el llamado del Señor: «Ven y sígueme».

LA VOCACIÓN SACERDOTAL O CONSAGRADA

Por lo dicho se entiende que el llamado no es ninguna novedad. Es una realidad tan antigua como la existencia misma del hombre, una realidad que también hoy se da: Dios sigue llamando hoy.

En el Antiguo Testamento vemos cómo Dios fue escogiendo a algunos hombres o mujeres para tareas concretas y específicas, para llevar a cabo su designio reconciliador. Descubrimos cómo a quienes Dios elige para una misión muy concreta, los forma ya desde el seno materno . Por eso podemos afirmar que la vocación es como un sello que está grabado en el elegido desde el momento mismo de su concepción, un sello imborrable . Porque está "hecho para eso", todo su ser se lo reclama, aunque sólo con el tiempo y los signos que Dios le envía podrá interpretar correctamente ese "reclamo interior de su ser". Dios, cuando permite al elegido percibir el llamado, sale al encuentro de esa estructura interior, corresponde a aquello para lo que el elegido "está hecho" desde su concepción, para lo que ha nacido.

En el Nuevo Testamento es el Señor Jesús, Dios hecho hombre, quien elige e invita a algunos con un tan escueto como radical: «Ven y sígueme» . De ese modo asocia a quienes llama a su misma misión reconciliadora y evangelizadora.

Quienes escucharon aquel llamado experimentaron sus exigencias: dejarlo todo por el Señor. Quienes supieron responder con prontitud, generosidad y fidelidad, recibieron por parte del Señor una promesa: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente. y en el mundo venidero, vida eterna».

Otros, como el "joven rico" o Judas Iscariote, prefirieron aferrarse a sus riquezas o a sus propios planes, negando o traicionando con el tiempo su propio llamado. El fruto amargo que experimentaron fue la honda tristeza y frustración de no responder a lo que el propio corazón reclama. A ello se suma, en el caso de Judas, el iniciar un camino de autonegación que lleva finalmente a la propia destrucción y aniquilamiento. Como vemos, aunque hoy parece haberse agudizado, la crisis de respuesta tampoco es novedad.

EL LLAMADO FUENTE DE BENDICIONES

A diferencia de lo que algunos piensan, la vocación a la vida sacerdotal o consagrada no es una mala noticia, ni para el elegido o elegida, ni para su familia. ¡Todo lo contrario! El llamado que Dios hace a un hijo o hija es fuente de bendiciones para toda la familia y signo de un amor de predilección para el llamado: «con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti».

De la respuesta fiel y valiente al llamado del Señor depende la realización de la persona. Es importante que quien percibe o intuye la invitación del Señor entienda que Dios no es enemigo de su felicidad porque el camino que le señala "se opone a sus planes para ser feliz". ¡Todo lo contrario! Porque te ama, porque te conoce mejor que tú, porque es infinitamente sabio, Dios te muestra el camino que has de seguir para alcanzar tu verdadera felicidad, respondiendo a aquello para lo que estás hecho. Al mismo tiempo, ten en cuenta que la felicidad de muchas personas -empezando por tus propios padres, aunque a veces puede parecer lo contrario- depende de tu sí generoso y de tu fidelidad a llamado del Señor.

LA RESPONSABILIDAD ES DE TODOS

Es importante ser consciente que el presente asunto atañe a todos los hijos de la Iglesia. ¿No queremos un mundo mejor? ¿Cómo vamos a contribuir al cambio del mundo si no somos santos, y si los que son llamados por Dios no responden a su propia vocación y misión? Por eso nadie puede sentirse excluido de la responsabilidad de cooperar de alguna manera, trabajando o apoyando directa o indirectamente al florecimiento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

Y como "la caridad empieza por casa", son los padres los primeros que deben rezar por la vocación de sus hijos, así como enseñarles a que en esta vida no sólo el matrimonio es un camino válido, sino que también lo son el sacerdocio o la vida consagrada. Los padres, con mucha apertura a la acción divina y espíritu de sacrificio en no pocos casos, son los primeros que han de alentar y apoyar a sus hijos a seguir las inspiraciones divinas en el momento en que alguno de ellos perciba o manifieste alguna inquietud vocacional. De ese modo, las familias cristianas están llamadas a ser hoy verdaderos semilleros de vocaciones.

CITAS PARA MEDITAR

Guía para la Oración

Vocaciones en el Antiguo Testamento: Moisés: Éx 4,10-12; Samuel: 1Sam 3,10; Isaías: Is 6,4ss; Jeremías: Jer 1,5-8.
La vocación es fruto de un amor de predilección de Dios: Jer 31,3; es como un fuego inextinguible: ver Jer 20,9.
Vocaciones en el Nuevo Testamento: María, ejemplo de una respuesta pronta y valiente a su vocación: Lc 1,38; vocación y respuesta de algunos apóstoles: Mt 4,18-22; Mateo: Mt 9,9; Juan y Andrés: Jn 1,35-42; Pedro: Lc 5,8.
Exigencias de la vocación: Lc 9,57-62; promesa del Señor a quien responde a su vocación: Mc 10,29-30.
El triste ejemplo de un joven que rechaza el llamado del Señor: Mc 10,17-22.

lunes, 19 de octubre de 2015

CANTARÉ ETERNAMENTE LA MISERICORDIA DEL SEÑOR

Conocí a Jesús cuando tenía 18 años, en mi familia no éramos cristianos practicantes, creíamos en Dios pero a nuestra manera, dejándolo muchas veces, a un lado.
Mi vida iba pasando imbuida en todos los afanes de la vida, sólo soñaba con ser importante, vivir bien y ser yo la dueña de mi vida.
La verdad, de esta manera, mi vida no tenía mucho sentido, no entendía muchas cosas y constantemente pensaba que no valía la pena vivir, me encontraba vacía. Siempre experimentaba una gran insatisfacción, lo cual podía vislumbrarse en mi exterior.
Pensaba que la felicidad consistía en ser importante, tener dinero, vivir bien, estar a la moda y en ser estimada por todos y todas mis fuerzas las gastaba en conseguir todo aquello, siempre encontrándome muy vacía.
Hasta que un día, Dios se presentó en mi vida. Me invitaron a participar en el grupo de confirmación, la verdad no tenía mucho interés pero acepté, quizá por compromiso o por hacer un día algo distinto, no podía pensar que desde aquel día mi vida iba a cambiar por completo, fue en ese día en que escuché hablar de Jesús por primera vez. Cuando me hablaron de su inmenso amor por mí, de que por mí había muerto en la cruz, realmente quedé impresionada, tuve la experiencia de que unas vendas caían de mis ojos y que ahora podía ver con claridad, que finalmente era capaz de ver la realidad y sólo sabía decir y repetir asombrada: ¡No sabía que había alguien que me amaba tanto, no sabía que nunca había estado sola!
Fue así cómo cambió por completo mi vida y desde entonces no me he cansado de decir que he sido salvada por pura misericordia de Dios.
Después de 10 años de este encuentro con el Señor, mi experiencia sigue siendo la misma, lo único que cada día se hace más profunda. Cada día voy descubriendo el abismo insondable e inmenso de la misericordia de Dios, que va llenando toda mi vida, voy descubriendo una mayor plenitud en todo mi ser, cómo Él me va haciendo y desarrollando cada vez más como persona. Puedo decir con una convicción profunda que desde que me encontré con Dios, he descubierto la felicidad, una felicidad muy profunda, que no quiere decir que no haya dificultades en el camino, pero la experiencia de saberse amada verdaderamente por Dios, lo supera todo, porque no estoy sola.
Sólo puedo dar gracias a Dios por la obra de misericordia que ha hecho en mí, porque no sólo me concedió el don de la fe sino que me ha llamado a seguirle más de cerca en la vida contemplativa, donde puedo alabarle y darle gracias en nombre de toda la humanidad y repetir con el salmista “cantaré eternamente las misericordias del Señor.”
Sor Lucía de la Misericordia

sábado, 17 de octubre de 2015

«YO OS HE ELEGIDO A VOSOTROS...»

SOMOS LLAMADOS POR DIOS A LA SANTIDAD

En muchas ocasiones Dios se dirige a los hombres llamándolos, eligiéndolos para una misión. En el Antiguo Testamento encontramos ejemplos conocidos como la vocación del profeta Jeremías: «Antes de formarte en el seno materno, te conocí, y antes que salieras del seno te santifiqué; para profeta entre las naciones te he constituido»[2] y también de Isaías, quien relata el diálogo que tuvo con el Señor: «Yo oí la voz del Señor que decía: "¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?". Yo respondí: "¡Aquí estoy: envíame!". "Ve, me dijo"»[3].

De la misma manera en el Nuevo Testamento, es particularmente ilustrativo el llamado de los primeros apóstoles, Andrés y Santiago, muy jóvenes por cierto, quienes eran discípulos de Juan Bautista. Al reconocer el «Cordero de Dios» siguen a Jesús, y luego Él les pregunta «¿Qué buscáis?»[4], en una pedagogía divina que muestra a cada hombre sus profundos anhelos.

Como muchos jóvenes, estos apóstoles tenían preguntas y buscaron ansiosamente sus respuestas. Es así que le preguntan: «Rabí -que quiere decir, "Maestro"- ¿dónde vives?»[5]. Y Jesús los invita a ver con sus propios ojos, a tener la experiencia de encuentro con Él: «Venid y lo veréis»[6]. La experiencia fue tan intensa que se quedaron con Él el resto del día. Y el encuentro no sólo queda allí, sino que Andrés comienza a hacer apostolado, compartiendo con su hermano, Simón Pedro, su gran alegría: «Hemos encontrado al Mesías»[7], llevándolo donde Jesús.

Sabemos que Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad»[8]. Por ello, comprendemos que todos los hombres son llamados a la santidad. Ser santo «es vivir cada vez más intensamente la vida de Jesús, andar cada vez más profundamente enraizados en el estilo de vida del Señor»[9]. Es un llamado a ser felices y plenos, y por ello, junto al llamado universal a la santidad, también descubrimos que cada uno tiene un llamado particular, que se concreta en la vocación específica a la que Dios nos invita.

Haber sido elegidos por el Señor no es otra cosa que tener un camino personal, único, de realización, felicidad y santidad. Es Dios Amor, que nos creó por amor, quien conoce nuestro corazón y nos dará su gracia permanente y abundante para que respondamos al llamado que nos hace.

RECONOCERNOS LLAMADOS POR AMOR

¡Qué desagradable sensación es la de no poder encontrar a alguien cuando lo vamos a buscar, de tener un silencio como respuesta al pedir un favor a otro, o quizá no encontrar algo que me pertenece, que le tengo mucho aprecio, pero que lo he perdido!

Es que toda búsqueda requiere una respuesta. Es como la cerradura que sólo tiene una llave con la cual ser abierta. No se abre con cualquier llave, sólo con la apropiada. Y aunque se pudiese forzar y abrir, quedaría inutilizada, destruida. Del mismo modo, el llamado requiere una respuesta determinada.

El Señor nos llama a vivir junto a Él una vida plena, entregada y llena de sentido. Pero a veces no nos damos cuenta de esa llamada. Aquí los ejemplos bíblicos como el joven rico, que no quiso seguir a Jesús porque tenía muchas riquezas, resuenan en nuestro corazón[11].

¡Cuántas veces Dios nos llama, y terminamos repitiendo con nuestras vidas las palabras del poeta: «Mañana le abriremos -respondía-, para lo mismo responder mañana»![12].

Pero la llamada de Dios es insistente y toca a la puerta de nuestro corazón. Si alguno oye la voz del Señor, no importando cuándo o cómo está, y abre la puerta, «entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo»[13], nos dice el Señor.

Él no mira sólo nuestras limitaciones y pecados. Jesús conoce al hombre más de lo que el hombre es capaz de conocerse, y por ser Hombre verdadero, nos puede revelar el misterio de nuestra humanidad[14].

Esa es nuestra primera tarea, salir al encuentro de quien nos llama con amor. Esa es nuestra misión, recibir la Palabra, acogerla, anunciarla, permitiendo que su luz se transparente en nuestra vida diaria a través de nuestras buenas obras: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos»[15]. Debemos ser testimonio de vida cristiana en todo el mundo, en toda circunstancia, siendo coherentes con el «Camino, la Verdad y la Vida»[16] que nos propone el Señor Jesús.

LA RESPUESTA

El primer paso para responder al llamado de Dios, a la elección gratuita que Él nos hace para seguirlo, es escuchar su voz. A veces es fuerte y clara, como cuando algún acontecimiento en nuestra vida nos hace cambiar de rumbo. Otras veces es un susurro, siempre ahí, respetando en todo momento nuestra libertad. Nos llama a seguirlo, a entregar todo por Él, a amarlo y a amar a los demás, sirviendo a un mundo que tanto necesita de hombres y mujeres santos.

La oración, el diálogo con muchos hermanos nuestros, el apostolado y la caridad, la lectura, la reflexión, los momentos fuertes como son los retiros espirituales, la participación activa en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y la Reconciliación, el amor filial a María expresado en el rezo del Rosario y en otras oraciones, son medios que Dios nos regala para ir escuchando su llamado a la santidad y poco a poco, ir caminando en ese sendero que es de realización para todos nosotros.

«La medida de la grandeza de tu vida es la medida de la causa a la que sirves» reza un lema muy antiguo de nuestra familia espiritual. Y es que todos tenemos en el corazón el anhelo de amar, servir, ser felices, a plenitud, al máximo. Todos los hombres tienen esa semilla de eternidad en su corazón.

Sólo la causa más grande, la de seguir al Señor Jesús, es la que puede llenar nuestro corazón. Sólo sirviendo al Señor y para ello, reconociéndonos escogidos personalmente por Él, seremos felices, aquí en la tierra y, colaborando con su gracia, en el cielo.

No somos privilegiados por responder al Señor. Tenemos más bien, la obligación, no como carga pesada, sino como hermoso sendero, de vivir fielmente a lo que Dios nos llama, y por su gracia, responder.

Aún hay muchos hombres y mujeres en el mundo que buscan respuestas sin encontrarlas. Son llamados por el Señor, llamados a una vocación de santidad, de servicio, de amor y de apostolado, pero aún no encuentran el camino. Es tarea de nosotros la oración, el apostolado y la colaboración con la acción de Dios en este mundo.

CITAS PARA MEDITAR

Guía para la Oración

Es Dios quien nos llama: Ap 3,20
El llamado de los apóstoles: Jn 1,35-42; Mc 3,13-15; Lc 6,13-16; Mt 9,9
El apostolado nace del encuentro con el Señor: Jn 1,40-42; Jn 4,25-29
Somos invitados a brillar con la Luz del Señor: Mt 5, 16
Vocaciones en el Antiguo Testamento: Ex 4,10-12; 1Sam 3,10; Is 6,4ss; Jer 1,5-8
La infidelidad al llamado: Mc 10,17-22
Santa María, Modelo de respuesta al llamado de Dios: Lc 1,38
PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO

¿Eres consciente de la invitación que Dios te hace a ser santo? ¿Qué implica en tu vida, tomar en serio el llamado a la santidad?
¿Cómo evalúas tu respuesta al Amor de Dios que constantemente toca en tu corazón? ¿Eres indiferente a Su Amor, o por el contrario le permites entrar en tu vida?
«La medida de la grandeza de tu vida es la medida de la causa a la que sirves». ¿Cómo buscas vivir esta frase?
¿Estás avanzando en tu camino de santidad? ¿De qué falta despojarte y sobre todo, de qué tienes que revestirte para conformarte más al Señor Jesús?

jueves, 15 de octubre de 2015

Testimonios Carmelo de Utrera

Sor Mª Isabel de la Stma. Trinidad, O.Carm

Yo iba a la Iglesia con mis amigas. Tenía nueve años. En celebración Eucarística vi a una monja y fui flechada a saludarla. La vi muy contenta y feliz por ser lo que era. Nos preguntó que quién se apuntaba para ser monja como ella. Respondí que sí quería irme con ella en aquel instante. La monja se reía de mí. Seguro por mi poca edad. Me regaló un rosario y me dijo que tenía que ir a misa todos los días y decirle a Jesús que quería consagrarme como religiosa, cosa que empecé a hacer desde entonces. También me dijo ella que cuando fuera mayor sería religiosa. Esa fue la primera y la última vez que la vi. No he vuelto a saber más de ella ni de dónde era.

Cuando crecí un poco más, se lo dije a  mis padres y me permitieron ir a la parroquia para hablar con mi párroco, y él, viendo que todavía era joven me animó y me aconsejó a incorporarme a un movimiento de la Virgen María que hay en la parroquia. Allí estuve hasta que un día vi a mi prima monja y me explicó todo sobre la vocación a la vida activa y contemplativa. Me dijo que siguiera con los estudios mientras, porque iba a ser obstáculo al no tener edad.

Cuando terminé mis estudios de bachillerato, me encontré con otra monja por mediación de mi párroco, y  ésta, al hablarme de la vida contemplativa, enseguida tomé mi decisión: “esta es la que aspiro”. Pero no fui con ella. Ingresé en este Carmelo de Utrera donde me siento atraída por su vida de oración, fraternidad y servicio a mis hermanos los hombres. Aquí, he encontrado a mi mejor amigo, confidente, acompañante de mi vida, mi cielo.

A ti joven que leas mi vida, te diré que en la vida de total contacto con Dios como la Virgen María lo hizo en su tiempo  y en el presente,  es lo más bonito y entregando toda tu vida a Él, supone una riqueza enorme en la vida futura. Animo, que en esta viña, se respira la santidad.

martes, 13 de octubre de 2015

EL CRISTIANO: DISCÍPULO Y MISIONERO DE CRISTO

LLAMADO DE DIOS

«El Bautismo es un primer llamado y es una bendición recibirlo en la infancia. Pero no es el unico. El Señor va dejando sus señales e invitando con maravillosa perseverancia.

Soy de las personas convencidas de que el llamado del Señor se extiende a todos, pero obviamente no para lo mismo. Llama a personas al sacerdocio, las llama a la vida consagrada y las llama al matrimonio como caminos personales a la santidad. Creo firmemente que el matrimonio es una vocación a la santidad. Pero, hay un llamado más fundamental o básico, es el llamado que hace el Señor Jesús a todos, a compartir con Él la propia vida, seguirle y dejarse configurar con Él, hasta el punto de repetir como hace el Apóstol Pablo: "Vivo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí"[1], o en manera más clara: "Para mí la vida es Cristo"[2]. Ése es el llamado a la vida cristiana. Ése es el llamado al discipulado.

Toda vocación a seguir al Señor tiene un mismo patrón. No entenderlo es precisamente complicarse en las respuestas al llamado.

Tomaremos como ejemplo de la vocación la de San Mateo[3], que la Liturgia nos presentó hace poco en su Fiesta. Leví, llamado Mateo, era un publicano, un cobrador de impuestos que en el camino iba poniendo monedas en su bolsa y, así, enriqueciéndose. Pero el Señor pone su mirada en él: "Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: ‘Sígueme’. Él se levantó y le siguió"[4]. Está Mateo metido en sus asuntos, preocupado por el cobro de los impuestos y por cómo se va a enriquecer más. Y de pronto viene el Señor, con esa presencia que no podemos imaginar, y le dice a este hombre: "Ven y sígueme". Y Mateo no se pone a calcular, no se pone a pensar: "qué les diré a mis amigos, a mi familia qué le diré", tampoco: "voy a guardar el dinero, mis moneditas, a ver que no se las roben, o que se conserven bien y después volver". No. Mateo no se preocupa de esas cosas. Mateo simple y llanamente escucha el llamado del Señor que toca en lo hondo de su corazón y lo inquieta. Y desde ese corazón que ha tocado la Palabra, responde. Pero, no sólo responde, sino que se llena de esa alegría que debemos tener siempre los cristianos. Y para expresar su regocijo no se le ocurre mejor cosa que hacer un banquete e invitar a comer a cobradores de impuestos, a pecadores. Invita a sus amigos, fundamentalmente publicanos como él, para celebrar este acontecimiento. Y cuando los fariseos se ponen a criticar a Jesús por eso, ya sabemos que Él va a decirnos que ha venido a buscar a los pecadores: "Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores"[5]. Ha venido a buscar a aquel que está descarriado, a los marginados, a tocar ese corazón. Y todos somos pecadores, somos marginados, somos seres que necesitamos de la vida de Cristo. Estamos hambrientos de Dios. Estamos hambrientos de ese Pan de Vida. La vocación de Mateo, su prontísima respuesta que no entra en oscilaciones, que no escucha dudosos consejos, es un modelo de respuesta. "¿Pero estás loco? ¿Cómo vas a seguir a ése? ¿Quién es ése? ¿Un rabbí? Imagínate, ¿vas a abandonar todo, dejar tu ‘zona de confort’, vas a abandonar tu situación privilegiada, para seguirlo?". Mateo dice: "Sí, desde siempre, sí, Señor". "¡Sí, Señor!", pronuncia en su corazón. "¡Sí, Señor!", pronuncia en sus actos. El llamado de Jesús a Mateo, el publicano, encuentra un eco que se hace un sí generoso y definitivo en Mateo. Ese ejemplo nos habla hoy al igual que en el tiempo en que fue recogido en el Evangelio. Pero en verdad esto no tiene nada de extraordinario, porque toda vocación es un llamado que pide una respuesta, un llamado que nos invita al seguimiento de Jesús por encima de todo. ¡Y esto es lo que hay que recordar!»[6].

DISCÍPULOS QUE SEAN MISIONEROS

«Vivimos tiempos de urgencia, tiempos de acción en los que el compromiso efectivo no se puede hacer esperar. La misión que anuncia el Evangelio del Señor Jesús es una tarea que debe asumir su rol prioritario en la vida de cada cual. Perder de vista esa dimensión fundamental del apostolado es arriesgar perder de vista la meta a la que nos sentimos llamados, la participación plena en la Comunión de Amor por toda la eternidad. Muchas cosas bonitas y de alto nivel se han dicho sobre esta dimensión hermosa del seguimiento del Señor. No voy a citar ni decir otra cosa que: "Despierta hermano, despierta hermana, es hora de la acción, es hora de compartir sin miedos la audacia de creer y la inmensa alegría de haber recibido el don del Señor Jesús". Escuchemos su voz y seamos misioneros al servicio de la Vida en Cristo, desde nuestras propias realidades, desde nuestro día a día, en los distintos ambientes. No temamos. No temas persignarte cuando estás en un restaurante, en un lugar público en que vas a comer y quieres bendecir el alimento que Dios te da. No temas hacerlo. No temas persignarte cuando pasas delante de una iglesia, como hacíamos siempre antaño, reconociendo ahí con admiración y gratitud la presencia real del Señor. Hasta en esas cosas pequeñas, desde esas cosas pequeñas deberemos empezar el proceso misional, para que este proceso sea real, y para que esta Gran Misión Continental a la que se nos invita sea también una misión efectiva que cambie la realidad de nuestros pueblos y nos acerque al Señor»[7].

PUNTOS CONCRETOS PRESENTADOS COMO SUGERENCIAS

«Un compromiso misional concreto. ¿Hasta cuándo vamos a esperar pasivamente? Un servicio misional que vaya casa por casa, persona por persona, encontrando más personas para anunciar a Jesucristo e invitarlos también con la acción del Señor a una recuperación de toda la dinámica de su fidelidad bautismal.

Una segunda idea es la revitalización de la fuerza de la fe en América Latina y el Caribe, empezando por nuestra realidad, personal, y cercana: familiar, ámbito de trabajo, barrio, parroquia, en los estudios, en la universidad, y extenderla a todos cuantos podamos llegar para así cooperar en producir un verdadero cambio en las personas que tenga efectivas consecuencias sociales y culturales al servicio de la promoción del ser humano en su dignidad y derechos nacidos de Dios.

Comprometerse con actos concretos en transformar el clima de oposición, alimentado por el secularismo, una sociedad de mercado, un materialismo práctico, que va contra la respuesta al llamado de Jesús a una vocación especial, sea el sacerdocio o la vida consagrada plenamente y hecha disponible al divino Plan.

El tema de la escasez de sacerdotes es un tema duro. Así pues, la Conferencia de Río señalaba que había tenido como objeto central de su labor el problema fundamental que aflige a nuestras naciones, a saber: la escasez de sacerdotes[8]. Todos sabemos esto. Hoy la situación no es mejor, todos sabemos que los sacerdotes no se dan abasto. "La mies es mucha y los obreros pocos"[9].

Ante esto, en nuestros días algunos hablan de crisis de vocaciones. Pero no es así. Dios sigue llamando. Hoy como ayer Dios sigue llamando, invitando, convocando. Lo que hay es otra cosa. Lo que hay es crisis de respuesta vocacional. El llamado o la llamada tiene miedo de responder, o le disgusta hacerlo, o sufre inenarrables violencias y abusos que coactan o inhiben su libertad para hacerlo. Éste es un hecho muy doloroso, pues son oposiciones al Plan de Dios, y la última incluso a la dignidad y libertad de la persona»[10].

CITAS PARA MEDITAR

Guía para la Oración

Cooperar con el don de la gracia bautismal: 2Cor 5,17; Gal 4, 5-7; 2Pe 1,4; 1Cor 6,15;Rm 8, 17; 1Cor 6,19.
Llamado a la santidad: Lev 19,2; Mt 5,48; 1Tes 4,3; Ef 1,4
Respuesta personal al llamado de Dios: Mt 9,9; Lc 1,26-38.
Consecuencias del rechazo al llamado de Dios: Mt 19,16-22
Conciencia de la urgencia del compromiso apostólico: 1Cor 9,16
Vivir con coherencia la fe: Lc 8, 19-21; Lc 6, 46-49

PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO

¿Qué importancia tiene el bautismo en tu vida?
La respuesta de Mateo frente al llamado del Señor fue inmediata. ¿Cómo es tu respuesta?
¿Cómo evalúas tu compromiso en la misión apostólica? ¿Es prioridad para ti? ¿Eres audaz en el anuncio del Evangelio?
¿Vives con coherencia tu fe en las circunstancias más sencillas y cotidianas?

domingo, 11 de octubre de 2015

El Evangelio de hoy según San Marcos 10,17-30.

Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".
Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".
El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!".
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!.
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".
Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".
Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,
desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna. 

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¿Tenemos prisa por llegar a Jesús? ¿Por ser sus amigos?
¿Lo reconocemos como Maestro? ¿Es realmente al que hacemos caso? ¿Disfrutamos "arrodillados" ante El ,en su presencia?
Solo Dios es bueno pero no tenemos que perder la esperanza por que es misericordioso con nosotros.
Un himno del Oficio de lecturas dice: La noche fue testigo de Cristo en el Sepulcro, la noche vio la Gloria de su Resurrección" Puede que nuestra vida este como la noche pero hasta la noche la ilumina Cristo
Pensamos que "Estamos Salvados" cumpliendo los Mandamientos pero Dios siempre nos pide un poco mas pues no es cuestión de no hacer el mal, solamente sino de hacer el bien.
¿Cual es mi riqueza? ¿De que no puedo apartarme? ¿De que no quiero apartarme?
El Señor dice que quien deje algo por el tendra un tesoro en el Cielo y que quien deje algo por El no habra perdido nada
Preguntemos al Señor con generosidad que quiere que perdamos por El. Desde la simple pereza de todas las mañanas hasta la comodidad por cambiar mi vida por la suya.