viernes, 30 de abril de 2010

ESCOGIENDO MI CRUZ


"Venid, no para rendir cuentas... No temáis al oir hablar del yugo, porque es suave; no temáis si hablo de carga, porque es ligera"San Juan Crisóstomo
Homilías sobre San Mateo.

Cuentan que un hombre un día le dijo a Jesús:

- "Señor: ya estoy cansado de llevar la misma cruz en mi hombro, es muy pesada y muy grande para mi estatura".

Jesús amablemente le dijo:

- "Si crees que es mucho para ti, entra en ese cuarto y elige la cruz que más se adapte a ti"

El hombre entró y vio una cruz pequeña, pero muy pesada que se le encajaba en el hombro y le lastimaba, buscó otra pero era muy grande y muy liviana y le hacía estorbo, tomó otra pero era de un material que raspaba, buscó otra, y otra, y otra.... hasta que llegó a una que sintió que se adaptaba a él. Salió muy contento y dijo:

- "Señor, he encontrado la que más se adapta a mi, muchas gracias por el cambio que me permitiste".

Jesús le mira sonriendo y le dice:

- "No tienes nada que agradecer, has tomado exactamente la misma cruz que traías, tu nombre está inscrito en ella. Mi Padre no permite más de lo que no puedas soportar porque te ama y tiene un plan perfecto para tu vida"

Muchas veces nos quejamos por las dificultades que hay en nuestra vida y hasta cuestionamos la voluntad de Dios, pero El permite lo que nos suceda porque es para nuestro bien y algo nos enseña a través de eso. Dios no nos da nada más grande de lo que no podamos soportar, y recordemos que después de la tormenta viene la calma y un día esplendoroso en el que vemos la Gloria de Dios.

Ánimo en los brazos de Jesús y María...

lunes, 26 de abril de 2010

¿Marketing sacerdotal?

Creo, de verdad, y lo he escrito muchas veces, que a Nuestro Señor Jesucristo lo hubiesen despedido de cualquiera de nuestras modernas empresas de marketing en menos de diez minutos. Nada más lejos de su forma de anunciar el Evangelio que las técnicas de “embellecimiento” de la verdad que tanto nos gustan hoy día. A mí, cuando me intentan captar para una compañía telefónica, me dicen que obtendré veinte megas de velocidad adsl, pero me ocultan que probablemente, debido a la distancia a la que vivo de la central, no llegaré ni a los ocho, y que, si llamo al servicio de atención al cliente, tendré que pasar más de cuarenta minutos escuchando música. El resultado es que los incautos muerden el cebo, y, una vez mordido, se encuentran a sí mismos maldiciendo a la compañía mientras escuchan a Mozart en telefónica lata. La empresa cuenta con ello, pero le importa menos: al fin y al cabo, el cliente ya está en el bote.

Nuestro Señor Jesucristo era experto en destrozar todas las técnicas de marketing: cuando llamaba a las gentes, les mostraba, precisamente, la faceta más molesta del “producto”: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz, y me siga”... “¡Maestro, que los espantas!”, le dirían. “Sí”, podría responder, “pero nadie dirá que le engañé”. Jesucristo no se dirige a los incautos, sino a los insaciables buscadores de la verdad, a quienes quieren ser santos, a los enamorados y a los aventureros. Es un público distinto. Quienes le hemos seguido hemos visto confirmados todos sus pronósticos: nos hemos encontrado con la Cruz, y vivimos con Ella. Pero somos los hombres y mujeres más felices de la Historia, porque en Ella y tras Ella hemos encontrado lo que todo corazón humano ansía: la Vida Eterna y el Amor Eterno. Y ninguno de nosotros le hemos dicho a Jesús, cuando la Cruz apareció en nuestro camino: “Maestro, de esto no nos habías avisado”, porque, si algo sabíamos, era, precisamente, que el Tesoro estaba en la Cruz.

El primero en acudir al marketing para “vender” el Evangelio fue San Pablo. En Atenas, cuando encontró ante sí el enorme mercado de ideas que era el Areópago, quiso publicitar su oferta, y decidió “lavarle la cara” a la Buena Noticia. Preparó un discurso perfecto, bien hilado, como una pieza maestra de oratoria... Pero omitió mencionar el “incómodo” asunto de la Cruz; ¿para qué escandalizarlos antes de tiempo? Presentó una Resurrección sin Pasión ni dolor, una de esas resurrecciones de “oferta” en las que te llevas el Bautismo ahora y no empiezas a pagar hasta 2012, cuando la cosa ya no tenga remedio... Se rieron de él, y con razón. Pero, como era hombre sabio y santo, tomó nota de la lección, y, en su siguiente parada, Corinto, mostró que la había aprendido a la perfección: “Cuando fui a vosotros, no fui con prestigiosos discursos de sabiduría humana para anunciaros el Misterio de Dios, pues no quise saber, entre vosotros, sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1Cor 2, 1-2).

No sé si es por que Francia está lejos de Corinto, o porque Grecia está al borde la quiebra, pero en el país galo no parecen haber aprendido la lección que con tanto dolor aprendió el Apóstol de la Gentes. La campaña que ha lanzado el episcopado francés para obtener vocaciones al sacerdocio es una campaña de marketing en el más estricto sentido de la palabra. “Mi jefe es Jesús”, dice el pin que lleva prendido un joven cuya postiza vestimenta es un clergyman bastante hortera, recortable, y de “quita y pon”. El joven, desde luego, es atractivo, y parece estar diciendo que se ha decidido entre ser ejecutivo de Microsoft o serlo de Catholic Church Incorporated, dado que le mola más el jefe de la segunda empresa que el de la primera. Échenle un vistazo a este vídeo, y díganme si no les parece un promocional de “Operación Triunfo” destinado a seminaristas en lugar de a aspirantes a estrellas del pop. El lema que anima toda la campaña es el siguiente: “soy un hombre como los demás. Acompaño a la gente en los grandes acontecimientos de su vida. Cristo me apasiona y lo digo. Me gusta la vida. Soy cura”... ¡Toma del frasco, carrasco! Cualquier incauto pensará que estamos anunciando un parque de atracciones. Sin embargo, en toda la campaña no aparece ni un solo crucifijo, ni se menciona la Cruz en lugar alguno. Cuando el incauto que “pique” y se ponga un clergyman con chaqueta azul celeste de ejecutivo reciba el primer insulto por la calle; cuando se encuentre en un pueblucho de la campiña francesa en el que a misa sólo asisten cinco viejecitas; cuando conozca a una joven preciosa que suspira a su lado, y tenga que decir “no” a lo que su naturaleza humana desea; cuando le despierten a las tres de la mañana para que lleve los santos óleos a un anciano que agoniza en su casa... ¿No tendrá derecho a decir “a mí no me ficharon para esto; me preguntaron si me gustaba la vida, y vivo rodeado de soledad y muerte; me ofrecieron el Tabor, y me han llevado al Gólgota”? ¿Podrá perseverar una vocación “cazada” con el marketing? ¿Realmente piensan que la mejor respuesta a la crisis de vocaciones consiste en llenar los seminarios de incautos, o en convertir en platós de “Operación Triunfo” los cenáculos cuya única salida es hacia el Calvario? ¿O acaso han creído que la única forma de "lavar la cara" al sacerdocio frente a las acusaciones de pederastia consiste en fotografiar niños pijos vestidos con clergyman o jóvenes metrosexuales adornados con tirilla, en lugar de mostrar al mundo los cientos de miles de sacerdotes, jóvenes y ancianos, que se dejan los días y las noches, la salud y los amores terrenos, y que soportan soledades, ingratitudes y humillaciones sin cuento para dar vida a sus hermanos mientras ellos pierden la suya? ¿No valdría más la pena, no sería más realista, mostrar esos "crucifijos humanos" empapados de Amor que son tantos presbíteros, en lugar de vender un sacerdocio burgués de "niños de papá"?

No sé, no sé...

José-Fernando Rey Ballesteros, sacerdote

sábado, 24 de abril de 2010

Benedicto XVI: aventurarse en el "mar digital"

El papa Benedicto XVI invitó hoy a la Iglesia católica a usar las nuevas tecnologías, como Internet, pero advirtió de los peligros que, a su juicio, conlleva, como el control de las personas y el relativismo moral e intelectual.

Así lo expresó Benedicto XVI al recibir hoy en audiencia a los cerca de 8.000 participantes en el Congreso que se ha celebrado estos días bajo el nombre "Testigos digitales. Rostros y lenguajes en la era crossmedia".

"Sin temores tenemos que aventurarnos en el mar digital, afrontando la navegación abierta con la misma pasión que desde hace 2.000 años gobierna la barca de la Iglesia", dijo el Papa a los participantes a la audiencia.

El Papa explicó cómo "los modernos medios de comunicación están entrando desde hace tiempo a formar parte de los instrumentos normales, a través de los que las comunidades eclesiales se expresan con su propio territorio e instaurando, muy a menudo, formas di dialogo a largo alcance".

Citó como ejemplo algunos medios de comunicación católicos que usan las nuevas tecnologías, como Internet, entre ellos el diario de la Conferencia Episcopal Italia, Avvenire; el canal de televisión TV2000, el circuito radiofónico inBlu o la agencia de prensa SIR.

Pero en su discurso, el Pontífice añadió que la Red, que en un principio tiene una vocación "igualitaria y pluralista", también "divide".

El digital, añadió, "separa a los incluidos de los excluidos y va a añadirse a las otras diferencias que ya alejan a las naciones entre ellas y en su interior".

"Aumentan también los peligros del control, del relativismo intelectual y moral, que se reconoce en la flexión del espíritu crítico, en la verdad reducida al juego de los opiniones, y en las múltiples formas de degrado y de humillación de la intimidad de la personas.

En su discurso, el Papa también indicó a los medios de comunicación que "se pueden convertir en factores de humanización, no sólo cuando, gracias al desarrollo tecnológico, ofrecen mayor posibilidad de comunicación y de información, sino sobre todo cuando se organizan para y orientados a la luz de una imagen de la persona y del bien común que respete los principios universales". (RD/Efe)

LA MIRADA DE CRISTO


La mirada de Jesús es una mirada profunda,
penetrante, de comprensión, de afecto, de ternura, de atención singular.
Y nosotros podremos tal vez recordar ese momento, distinto para cada uno,
en el que hemos comprendido que Jesús había puesto su mirada en nosotros;
para unos sucede en los primeros años, para otros de adolescentes y para otros de jóvenes.
Es el momento en el que hemos sentido que algo distinto se movía dentro de nosotros,
que el Señor se interesaba por nosotros, que nos miraba y nos llamaba precisamente a nosotros.

Carlo Mª Martini, La audacia de la pasión (Ed. Khaf)

viernes, 16 de abril de 2010

Carta del Card Hummes a los sacerdotes


HACIA LA CONCLUSIÓN DEL AÑO SACERDOTAL


Queridos Presbíteros:

La Iglesia goza de inmensa alegría por el Año Sacerdotal y agradece al Señor el haber inspirado al Santo Padre su proclamación. Todas las informaciones que llegan a Roma sobre las numerosas y múltiples iniciativas, organizadas por las Iglesias locales en el mundo entero para la realización de este año especial, son la prueba de que éste ha sido muy bien acogido y – podemos decir – que ha respondido a un verdadero y profundo deseo de los presbíteros y de todo el pueblo de Dios. Era hora de dar una atención especial, de reconocimiento y de voluntariedad al grande, trabajador e insustituible Presbiterio y a cada uno de los presbíteros de la Iglesia.

Es verdad que algunos presbíteros (pero proporcionalmente muy pocos) han cometido horribles y gravísimos delitos de abusos sexuales contra menores; hechos que debemos rechazar y condenar in modo absoluto e intransigente. Deberán responder ante Dios y ante los tribunales, también ante los civiles. Por supuesto, rezamos para que lleguen a una conversión espiritual y al perdón de Dios. Mientras, la Iglesia está decidida a no esconder y a no minimizar tales crímenes. Pero, sobre todo, estamos de parte de las víctimas y queremos sostenerlas en su recuperación y en sus derechos ofendidos.

Sin embargo, los delitos de algunos no pueden usarse en modo tal que embrutezcan el entero cuerpo eclesial de los presbíteros. Quien obra así comete una clamorosa injusticia. En este Año Sacerdotal la Iglesia busca el modo de comunicarlo a la comunidad humana. Cualquier persona, con sentido común y buena voluntad, lo entiende.

Habiendo hablado necesariamente de todo lo anterior, volvamos a lo nuestro, queridos presbíteros. Una vez más, queremos repetir que reconocemos quienes sois y cuanto hacéis en la Iglesia y en la sociedad. La Iglesia os ama, os admira y os respeta. Sois una gran alegría para nuestro pueblo católico, que os acoge y apoya, sobre todo en estos momentos de sufrimiento.

Dos meses más y llegaremos a la conclusión del Año Sacerdotal. Queridos sacerdotes, el Papa os invita de todo corazón a venir a Roma para dicha conclusión los días 9, 10 y 11 del próximo junio. ¡Que vengáis de todos los países del mundo! De los países más cercanos a Roma se espera miles y miles de vosotros, ¿no es verdad? Entonces, no rechacéis la fuerte y cordial invitación del Santo Padre. Venid y Dios os bendecirá. El Papa quiere confirmar a los presbíteros de la Iglesia. La numerosa presencia de todos en la Plaza de San Pedro llegará a ser una forma propositiva y responsable de los presbíteros a presentarse, prontos y sin temores, para el servicio en favor de la humanidad, que Jesucristo os ha entregado. Vuestra presencia visible en la plaza será una proclamación, ante el mundo actual, del vuestro envío a este mundo, no para condenarlo sino para salvarlo (cfr. Jn. 3, 17 y 12, 47). En tal contexto, el gran numero de presencias tendrá un significado especial.

Entorno a la presencia numerosa de presbíteros en la conclusión del Año Sacerdotal, en Roma, existe todavía un motivo particular, que hoy se coloca en el corazón de la Iglesia. Se trata de ofrecer a nuestro amadísimo Papa Benedicto XVI nuestra solidariedad y nuestro apoyo, nuestra confianza y nuestra comunión incondicionada ante los frecuentes ataques, que se dirigen contra su Persona en el momento actual en el ámbito de las decisiones acerca de los clérigos, que han incurrido en delitos sexuales contra menores. Las acusaciones contra el Papa son evidentemente injustas, y se ha demostrado que nadie ha hecho tanto como Benedicto XVI para condenar y combatir correctamente tales crímenes. Por eso, la presencia masiva de presbíteros en la plaza con el Papa será un fuerte señal de nuestro decidido rechazo a los injustos ataques de los que es víctima. Así pues, venid también para apoyar públicamente al Santo Padre.

La conclusión del Año Sacerdotal no será un final, sino más bien un nuevo inicio. Nosotros – el Pueblo de Dios y los pastores – queremos dar gracias al Señor por este tiempo privilegiado de oración y de reflexión sobre el sacerdocio. Al mismo tiempo, nos proponemos ser siempre más atentos a todo aquello que el Espíritu Santo quiere comunicarnos. Mientras, volveremos al ejercicio de nuestra misión en la Iglesia y en el mundo, con renovada alegría y con el convencimiento de que Dios, Señor de la historia, permanece con nosotros en los momentos de crisis y en los nuevos tiempos.

La Virgen María, Madre y Reina de los sacerdotes, interceda por nosotros y nos inspire en el seguimiento de su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor.

Roma, 12 de abril de 2010



Cardenal Cláudio Hummes
Arzobispo Emérito de São Paulo
Prefecto de la Congregación para el Clero

lunes, 12 de abril de 2010

XLVII Jornada Mundial de Oración por las vocaciones (25 de abril de 2010)

Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI
"El testimonio suscita vocaciones"
Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas

La 47 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará en el IV domingo de Pascua, domingo del “Buen Pastor”, el 25 de abril de 2010, me ofrece la oportunidad de proponer a vuestra reflexión un tema en sintonía con el Año Sacerdotal: El testimonio suscita vocaciones. La fecundidad de la propuesta vocacional, en efecto, depende primariamente de la acción gratuita de Dios, pero, como confirma la experiencia pastoral, está favorecida también por la cualidad y la riqueza del testimonio personal y comunitario de cuantos han respondido ya a la llamada del Señor en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada, puesto que su testimonio puede suscitar en otros el deseo de corresponder con generosidad a la llamada de Cristo. Este tema está, pues, estrechamente unido a la vida y a la misión de los sacerdotes y de los consagrados. Por tanto, quisiera invitar a todos los que el Señor ha llamado a trabajar en su viña a renovar su fiel respuesta, sobre todo en este Año Sacerdotal, que he convocado con ocasión del 150 aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, el Cura de Ars, modelo siempre actual de presbítero y de párroco.

Ya en el Antiguo Testamento los profetas eran conscientes de estar llamados a dar testimonio con su vida de lo que anunciaban, dispuestos a afrontar incluso la incomprensión, el rechazo, la persecución. La misión que Dios les había confiado los implicaba completamente, como un incontenible “fuego ardiente” en el corazón (cf. Jr 20, 9), y por eso estaban dispuestos a entregar al Señor no solamente la voz, sino toda su existencia. En la plenitud de los tiempos, será Jesús, el enviado del Padre (cf. Jn 5, 36), el que con su misión dará testimonio del amor de Dios hacia todos los hombres, sin distinción, con especial atención a los últimos, a los pecadores, a los marginados, a los pobres. Él es el Testigo por excelencia de Dios y de su deseo de que todos se salven. En la aurora de los tiempos nuevos, Juan Bautista, con una vida enteramente entregada a preparar el camino a Cristo, da testimonio de que en el Hijo de María de Nazaret se cumplen las promesas de Dios. Cuando lo ve acercarse al río Jordán, donde estaba bautizando, lo muestra a sus discípulos como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Su testimonio es tan fecundo, que dos de sus discípulos “oyéndole decir esto, siguieron a Jesús” (Jn 1, 37).

También la vocación de Pedro, según escribe el evangelista Juan, pasa a través del testimonio de su hermano Andrés, el cual, después de haber encontrado al Maestro y haber respondido a la invitación de permanecer con Él, siente la necesidad de comunicarle inmediatamente lo que ha descubierto en su “permanecer” con el Señor: “Hemos encontrado al Mesías —que quiere decir Cristo— y lo llevó a Jesús” (Jn 1, 41-42). Lo mismo sucede con Natanael, Bartolomé, gracias al testimonio de otro discípulo, Felipe, el cual comunica con alegría su gran descubrimiento: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés, en el libro de la ley, y del que hablaron los Profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret” (Jn 1, 45). La iniciativa libre y gratuita de Dios encuentra e interpela la responsabilidad humana de cuantos acogen su invitación para convertirse con su propio testimonio en instrumentos de la llamada divina. Esto acontece también hoy en la Iglesia: Dios se sirve del testimonio de los sacerdotes, fieles a su misión, para suscitar nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas al servicio del Pueblo de Dios. Por esta razón deseo señalar tres aspectos de la vida del presbítero, que considero esenciales para un testimonio sacerdotal eficaz.

Elemento fundamental y reconocible de toda vocación al sacerdocio y a la vida consagrada es la amistad con Cristo. Jesús vivía en constante unión con el Padre, y esto era lo que suscitaba en los discípulos el deseo de vivir la misma experiencia, aprendiendo de Él la comunión y el diálogo incesante con Dios. Si el sacerdote es el “hombre de Dios”, que pertenece a Dios y que ayuda a conocerlo y amarlo, no puede dejar de cultivar una profunda intimidad con Él, permanecer en su amor, dedicando tiempo a la escucha de su Palabra. La oración es el primer testimonio que suscita vocaciones. Como el apóstol Andrés, que comunica a su hermano haber conocido al Maestro, igualmente quien quiere ser discípulo y testigo de Cristo debe haberlo “visto” personalmente, debe haberlo conocido, debe haber aprendido a amarlo y a estar con Él.

Otro aspecto de la consagración sacerdotal y de la vida religiosa es el don total de sí mismo a Dios. Escribe el apóstol Juan: “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3, 16). Con estas palabras, el apóstol invita a los discípulos a entrar en la misma lógica de Jesús que, a lo largo de su existencia, ha cumplido la voluntad del Padre hasta el don supremo de sí mismo en la cruz. Se manifiesta aquí la misericordia de Dios en toda su plenitud; amor misericordioso que ha vencido las tinieblas del mal, del pecado y de la muerte. La imagen de Jesús que en la Última Cena se levanta de la mesa, se quita el manto, toma una toalla, se la ciñe a la cintura y se inclina para lavar los pies a los apóstoles, expresa el sentido del servicio y del don manifestados en su entera existencia, en obediencia a la voluntad del Padre (cfr Jn 13, 3-15). Siguiendo a Jesús, quien ha sido llamado a la vida de especial consagración debe esforzarse en dar testimonio del don total de sí mismo a Dios. De ahí brota la capacidad de darse luego a los que la Providencia le confíe en el ministerio pastoral, con entrega plena, continua y fiel, y con la alegría de hacerse compañero de camino de tantos hermanos, para que se abran al encuentro con Cristo y su Palabra se convierta en luz en su sendero. La historia de cada vocación va unida casi siempre con el testimonio de un sacerdote que vive con alegría el don de sí mismo a los hermanos por el Reino de los Cielos. Y esto porque la cercanía y la palabra de un sacerdote son capaces de suscitar interrogantes y conducir a decisiones incluso definitivas (cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal, Pastores dabo vobis, 39).

Por último, un tercer aspecto que no puede dejar de caracterizar al sacerdote y a la persona consagrada es el vivir la comunión. Jesús indicó, como signo distintivo de quien quiere ser su discípulo, la profunda comunión en el amor: “Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos” (Jn 13, 35). De manera especial, el sacerdote debe ser hombre de comunión, abierto a todos, capaz de caminar unido con toda la grey que la bondad del Señor le ha confiado, ayudando a superar divisiones, a reparar fracturas, a suavizar contrastes e incomprensiones, a perdonar ofensas. En julio de 2005, en el encuentro con el Clero de Aosta, tuve la oportunidad de decir que si los jóvenes ven sacerdotes muy aislados y tristes, no se sienten animados a seguir su ejemplo. Se sienten indecisos cuando se les hace creer que ése es el futuro de un sacerdote. En cambio, es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote. Entonces, el joven dirá:"sí, este puede ser un futuro también para mí, así se puede vivir" (Insegnamenti I, [2005], 354). El Concilio Vaticano II, refiriéndose al testimonio que suscita vocaciones, subraya el ejemplo de caridad y de colaboración fraterna que deben ofrecer los sacerdotes (cf. Optatam totius, 2).

Me es grato recordar lo que escribió mi venerado Predecesor Juan Pablo II: “La vida misma de los presbíteros, su entrega incondicional a la grey de Dios, su testimonio de servicio amoroso al Señor y a su Iglesia —un testimonio sellado con la opción por la cruz, acogida en la esperanza y en el gozo pascual—, su concordia fraterna y su celo por la evangelización del mundo, son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional” (Pastores dabo vobis, 41). Se podría decir que las vocaciones sacerdotales nacen del contacto con los sacerdotes, casi como un patrimonio precioso comunicado con la palabra, el ejemplo y la vida entera.

Esto vale también para la vida consagrada. La existencia misma de los religiosos y de las religiosas habla del amor de Cristo, cuando le siguen con plena fidelidad al Evangelio y asumen con alegría sus criterios de juicio y conducta. Llegan a ser “signo de contradicción” para el mundo, cuya lógica está inspirada muchas veces por el materialismo, el egoísmo y el individualismo. Su fidelidad y la fuerza de su testimonio, porque se dejan conquistar por Dios renunciando a sí mismos, sigue suscitando en el alma de muchos jóvenes el deseo de seguir a Cristo para siempre, generosa y totalmente. Imitar a Cristo casto, pobre y obediente, e identificarse con Él: he aquí el ideal de la vida consagrada, testimonio de la primacía absoluta de Dios en la vida y en la historia de los hombres.

Todo presbítero, todo consagrado y toda consagrada, fieles a su vocación, transmiten la alegría de servir a Cristo, e invitan a todos los cristianos a responder a la llamada universal a la santidad. Por tanto, para promover las vocaciones específicas al ministerio sacerdotal y a la vida religiosa, para hacer más vigoroso e incisivo el anuncio vocacional, es indispensable el ejemplo de todos los que ya han dicho su “sí” a Dios y al proyecto de vida que Él tiene sobre cada uno. El testimonio personal, hecho de elecciones existenciales y concretas, animará a los jóvenes a tomar decisiones comprometidas que determinen su futuro. Para ayudarles es necesario el arte del encuentro y del diálogo capaz de iluminarles y acompañarles, a través sobre todo de la ejemplaridad de la existencia vivida como vocación. Así lo hizo el Santo Cura de Ars, el cual, siempre en contacto con sus parroquianos, “enseñaba, sobre todo, con el testimonio de su vida. De su ejemplo aprendían los fieles a orar” (Carta para la convocación del Año Sacerdotal, 16 junio 2009).

Que esta Jornada Mundial ofrezca de nuevo una preciosa oportunidad a muchos jóvenes para reflexionar sobre su vocación, entregándose a ella con sencillez, confianza y plena disponibilidad. Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, custodie hasta el más pequeño germen de vocación en el corazón de quienes el Señor llama a seguirle más de cerca, hasta que se convierta en árbol frondoso, colmado de frutos para bien de la Iglesia y de toda la humanidad. Rezo por esta intención, a la vez que imparto a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 13 de noviembre de 2009

domingo, 4 de abril de 2010

Feliz Pascua. ¡Ha resucitado! ¡Aleluya!


Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Victima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua. »

Primicia de los muertos,
Sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Amén