jueves, 27 de enero de 2011

´´Mi Dulce Esposo´´

VOCACIONAL EMMANUEL

´´Vocación Monástica´´


Búsqueda de Dios

"Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo". Así expresaba un viejo poeta de Israel uno de los anhelos más profundos del corazón humano: "la sed de Dios".

Al mundo moderno lo devora el vértigo. Orgulloso de su dominio de la técnica ha llegado a creerse un dios. El afán consumista del mundo occidental le sumerge en un materialismo tal que le hace olvidar los valores del espíritu. Así ha ido perdiendo el sentido de Dios, su instinto religioso, el norte de su vida.

Pero el deseo de Dios permanece en el fondo de su ser. Lo tiene todo, está saturado de cosas que no le llenan, que no le satisfacen, que no le hacen feliz, al contrario, le desasosiegan. Se encuentra insatisfecho, todo ello indica la presencia oculta de Dios que está ahí llamando a su puerta: "Nos hisciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (San Agustín).

Un día nosotras le oímos: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo (Ap 3,8). Le abrimos, y desde entonces ya no tenemos otra opción que la de lanzarnos a la más apasionante aventura humana: la de buscar a Dios.

Jesús de Nazaret

"Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado está el rey de tu belleza" (Sal 44,11).
Un día estas palabras resonaron insistentes en nuestro corazón. Era Jesús que pasaba a nuestro lado y nos subyugó. Su encuentro dio un vuelco a todos nuestros proyectos, a todas nuestras ilusiones. Desde entonces sólo contaba él. Nuestro deseo más íntimo era conocerle, amarle, servirle, vivir y morir con él.

martes, 25 de enero de 2011

''Si Dios es amor'' - Santa Teresa de Avila

Ama a tu prójimo como a ti mismo
Solo dos cosas nos pide el Señor; amor de Dios y amor del prójimo. Estas son las virtudes en las que debemos trabajar. Conservándolas con perfección hacemos su voluntad, y así estaremos unidos a el. La señal mas certera de que guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, mas el amor del prójimo, si. Si no amamos a nuestro prójimo, nos engañamos a nosotros mismos, si creemos que amamos a Dios. Y estén ciertos que mientras mas aprovechados se vienen en el amor del prójimo, mas lo están en el amor de Dios.
Sta. Teresa de Jesús

Si Dios es amor y vive en cada uno de nosotros, tenemos que amarnos con amor fraternal. Por eso nuestro amor al prójimo es la medida de nuestro amor a Dios. Sin embargo, este último es distinto al amor natural que tenemos por los hombres. El amor natural surge entre aquellos que están unidos por el vínculo de sangre, por afinidad de carácter o por intereses comunes.

Los otros son extraños, que poco nos interesan, o que incluso pueden provocarnos un cierto rechazo, de tal manera que hasta los evitamos físicamente. Para los cristianos no existen los hombres extraños.
Nuestro prójimo es todo aquel que tenemos ante nosotros y que tiene necesidad de nosotros, y es indiferente que sea nuestro pariente o no, que nos caiga bien o nos disguste, o que sea moralmente digno de ayuda o no.

El amor de Cristo no conoce limites no se cansa nunca y no se asusta ante la suciedad o la miseria. Cristo vino para los pecadores y no para los justos. Y si el amor de Cristo vive en nosotros, actuaremos como El, e iremos en busca de las ovejas perdidas. El amor natural busca apoderarse de las personas amadas y poseerlas, si es posible, en exclusividad. Cristo vino al mundo para recuperar para el Padre la humanidad perdida; y quien ama con su amor, quiere a los hombres para Dios y no para sí.

Vocación religiosa: ¿te atreverías a planteártela?

Vocación Sacerdotal ¿Y por qué no? - Iglesia católica

jueves, 20 de enero de 2011

La unidad de los cristianos (enero 2011)



El octavario de oración por la unidad de los cristianos no es una iniciativa que movilice grandes esfuerzos ni empeños en nuestra diócesis, debemos admitirlo.
Sabemos que está ahí cada año, en el mes de enero, antes de la fiesta de la conversión de san Pablo, pero es excepcional encontrar una comunidad que vibre con esta intención.
La despreocupación puede explicarse por nuestra peculiar realidad religiosa y social; durante siglos los términos católico y cristiano fueron equiparados sin ninguna dificultad en nuestra España. Y aún hoy, aunque la situación no sea ya así, el número de cristianos no católicos que hay entre nosotros es pequeño, dista mucho de la coexistencia entre iglesias que se da en tantas partes del mundo.

Pero como católicos –universales- haríamos mal en quedarnos mirando sólo nuestros propios problemas. Debemos sentir con toda la Iglesia la herida secular y lacerante de la división. Benedicto XVI, que ya en 2005 dijo que haría de la búsqueda de la unidad entre cristianos una prioridad de su pontificado, nos ha recordado que es una cuestión dolorosa y que, a todos, debe doler sin excepción. Un dolor que no se queda en el lamento sino que invita al compromiso esperanzado.

Un compromiso que se traduzca, aunque no solo, en la oración por la unidad. El octavario nos recuerda, por si lo olvidamos, que sólo Dios puede darnos la unidad deseada, que esta no llegará como fruto de diálogos teológicos o de cambios en costumbres y adaptaciones de leyes, aunque todas las iniciativas son necesarias. Se hará realidad como un don, un regalo de Dios que es quien puede convertir los corazones separados y hacerlo uno solo.

El lema de este año nos dibuja la situación de la comunidad cristiana en el tiempo apostólico: unidos en una misma fe y enseñanza, en una misma vida y bienes compartidos, en la oración y la Eucaristía.
Pese a tantos intentos, a tantos acercamientos y pasos, este retrato de la comunidad no es aún una realidad entre los que creemos en Jesús y hemos recibido un mismo bautismo. Las diferencias están aún por delante de lo que nos une; ya no nos matamos en horrendas guerras de religión, pero estamos muy lejos de amarnos como discípulos del Maestro.
Queda mucho camino por hacer. Recorrerlo será cosa de todos. Que cada cual ponga su propio granito de arena, hecho de oración y buena voluntad.


Ruben Garcia P.

lunes, 17 de enero de 2011

Vocación de San Antonio Abad (17 de enero)


La vocación de san Antonio
De la Vida de san Antonio, escrita por san Atanasio, obispo
Caps. 2-4

Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana.

Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior «los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio:

Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego vente conmigo».

Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y con aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana.

Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio: «No os agobiéis por el mañana».

Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su hermana a unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación.

Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: El que no trabaja que no coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres.

Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para ser constantes en orar: en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llego un momento en que su memoria suplía los libros.

Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano.

Oración

Señor y Dios nuestro, que llamaste al desierto a san Antonio, abad, para que te sirviera con una vida santa, concédenos, por su intercesión, que sepamos negarnos a nosotros mismos para amarte a ti siempre sobre todas las cosas. Por nuestro Señor Jesucristo.