lunes, 30 de noviembre de 2015

¡¡¡¡Pelicula que os recomiendo!!!!: "fuera del mundo"

Mientras sor Caterina camina por el parque, se le acerca un desconocido y le deja a su cargo a un recién nacido que acaba de encontrar. El hecho de tener al indefenso bebé en sus brazos, despierta el instinto maternal de la joven Caterina. No satisfecha con llevarlo al hospital, comienza a buscar a sus padres. Su única pista le lleva hasta Ernesto, el dueño de una tintorería en la que trabajó la madre.
Deliciosa película italiana que gira en torno a tres personajes muy distintos que se entrecruzan. Por un lado, la madre que abandona a su hijo, cuya vida está desestructurada y carece de referencias familiares. El personaje central es Caterina que, sin darse cuenta, se implica de lleno en el asunto del bebé, cuando le falta poco para tomar sus votos perpetuos. Su contacto con el pequeño le recuerda aquello que tuvo que dejar al elegir la vida religiosa. Por último, el dueño de la tintorería aparece al principio como un hombre arisco, pero después, es inevitable sentir afecto por él. El brillante guión indaga en su soledad, en lo duro que le resulta no poder compartir su vida con nadie. La necesidad de encontrar apoyo, de ser escuchado, se la proporciona Caterina mientras investigan sobre el paradero de los padres de la criatura.

Las actuaciones de Margherita Buy y Silvio Orlando son perfectas, cargadas de silencios que hablan por sí solos. El modo en el que muestra Giuseppe Piccioni la congregación a la que pertenece Caterina es genuino, por momentos con el humor recurrente del largometraje y siempre con una gran sutilidad. El director reflexiona sobre las dificultades que implican las decisiones de cada persona. Por su parte, el compositor y pianista Ludovico Einaudi entrega una banda sonora muy ajustada al tono de esta pequeña joya; un film conmovedor, capaz de calar muy hondo en el espectador.

La cinta ganó numerosos galardones, entre los que destacan 5 David de Donatello italianos (incluyendo el de mejor película), el Gran Premio Especial del Jurado en el Festival de Montreal, y los premios de la audiencia y de mejor largometraje del Festival Internacional de Cine de Los Ángeles.

Contenido cristiano
Caterina todavía no ha jurado los votos perpetuos y aún está a tiempo de dar marcha atrás. Su madre, que no entiende nada de lo que hace su hija, estaría encantada de que así fuera, pero lejos de satisfacer sus deseos, Caterina siempre ha estado convencida del camino que ha elegido. Las circunstancias, sin embargo, le obligarán a replantearse su vida. Más que las reglas que tiene que aceptar por ser monja, lo que más le cuesta es renunciar a formar una familia para poder dedicarse por completo a Dios




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sábado, 28 de noviembre de 2015

TESTIMONIO VOCACIONAL DE NOELIA

 Me llamo Noelia García Molina y soy natural de Motril (Granada). Tengo 27 años y llevo dos años y medio en el Monasterio Cisterciense de la Santa Cruz, en Casarrubios del Monte, provincia de Toledo. Comencé el noviciado el día 19 de marzo de este año 2012, solemnidad de San José (patrono de las vocaciones).
            Siempre supe que me faltaba algo para ser plenamente feliz, y busqué sin desanimarme. Llegué al Monasterio por vez primera, en septiembre de 2007 y me quedé prendada de la paz, silencio, sencillez y alegría de sus habitantes. Los días que estaba en el monasterio, rezaba con ellas y me nutría espiritualmente de sus bellos y solemnes cantos en la Liturgia de las Horas -oración oficial de la Iglesia- y en la Eucaristía de cada día. También de su espiritualidad tan rica y profunda. Comprobé que en cada una de ellas había una personalidad muy diferente pero  éso no impedía una convivencia en perfecto orden y armonía, porque  amar e imitar a Jesucristo y en El a los hermanos es su ideal y la finalidad  de su vida en el monasterio, por tanto, lo que las diferencia en este sentido, enriquece más esa convivencia y la hace más atractiva. De todos modos no fue fácil decidirme, me costaba dejar tantas cosas… y una especie de miedo al fracaso, a no ser capaz y a no sé que más cosas... Pero como experimentaba que aumentaba mi sed de Dios y lo buscaba con todo mi corazón, me rendí a Su llamada ¡No existen imposibles para Él!

NOVICIA


            Cuando regresé a mi pueblo la primera vez que las visité el Monasterio, comencé a ir a Misa -siempre que mi trabajo me lo permitía-, a rezar más, a leer la Biblia, y libros de vida espiritual. Sentía una necesidad enorme de saber más de Dios, de encontrar la verdad en todo, y mas, de encontrar algo trascendente que diera sentido real a mi vida y llenara el vacío profundo que experimentaba cuando intentaba enfrentarme conmigo misma. Poco a poco fue iluminándose mi vida por dentro. Una alegría e ilusión interior, hasta ahora desconocida, iba creciendo cada vez más intensa y me hacía vivir más hacia dentro.

            La llamada hacia la vida monástica, era cada día  más clara y yo diría que hasta urgente. Experimentaba fuerte necesidad de vivirla, pese a los miedos que también iba superando.  Por parte de la familia no lo tenía nada fácil,  la reacción de ellos fue muy dura, no lograban entender que me gustase estar en un monasterio para siempre. A partir de la primera vez que vinieron a verme y conocieron a las hermanas que tengo de comunidad, todo aquello se ha cambiado en alegría y cariño agradecido hacia ellas. Ahora son muy felices de que esté aquí y hasta se sienten orgullosos de que sea monja.
            Yo tampoco me arrepiento de haber optado por la vida monástica cisterciense, ni por este monasterio, sino que cada día me siento más impulsada a dar gracias a Dios por este “gran regalo de la vocación”, es más, me siento profunda mente agradecida, porque también me reconozco  profundamente indigna de él. Esa gratuidad de un “don tan grande para mí,  me impulsa a cuidarla con esmero y en este momento  compartirla expresando esta gozosa experiencia por si le puede ayudar a otras jóvenes, a discernir la llamada y a seguirla. Porque no hay duda de que el Señor sigue llamando a seguirle  por este camino de la vida monástica, como lo ha hecho casi desde los primeros años del cristianismo.
            Ciertamente que he pasado por momentos de tentación y duda a lo largo de mi formación, y seguiré teniéndolos, ya que el enemigo no es gustoso de este seguimiento, pero la experiencia gozosa que vivo aquí día a día, jamás la había vivido ni en los mejores momentos de mi vida antes. Considero que todo hombre busca amar y ser amado, y aquí en la vida monástica, en mi Comunidad, amo y me siento muy amada por Dios y por mis hermanas. Ahora sí entiendo experimentalmente que la vida no tiene sentido si nos falta el AMOR. Pues yo digo con el Cantar de los Cantares “He buscado el AMOR de mi alma, lo encontré y ya no lo soltaré”.


            Termino dando gracias a Dios por la vida monástica, en mi caso concreto, por la Orden Cisterciense que me ha acogido y especialmente por esta Comunidad, que ha sido el instrumento del cual se ha servido el Señor para hacerme posible conseguir mis anhelos  de encontrar la FELICIDAD, que es "comenzar a vivir ya en este mundo lo que vamos a vivir eternamente en el Cielo"
            También quiero concluir diciendo a las jóvenes que me lean y se sientan llamadas por Dios a la vida consagrada, que no tengan miedo a seguir esa llamada, por que es lo más grade y maravilloso que puede ocurrirles.

jueves, 26 de noviembre de 2015

La historia de una vocación: Padre Juan, O.C.D.

Mi historia vocacional no tendría mucho sentido sin el encuentro transformante que tuve con Cristo cuando tenía yo dieciocho años. Yo asistí a Cursillos de Cristiandad en un momento de mi vida cuando me sentía solo, infeliz e insatisfecho conmigo mismo y con mi vida. Allí tuve una experiencia de Jesucristo vivo como persona real  que me conoce totalmente y me ama incondicionalmente. Comprendí que él era la respuesta a mis más profundos anhelos y deseos. Únicamente en él podía yo cumplir con el propósito para el cual Dios, en su amor, me trajo a la existencia. Luego de esta experiencia me propuse, con la ayuda de la gracia de Dios, vivir de acuerdo a su voluntad y me comprometí a llevar una vida de oración personal, recepción frecuente de los sacramentos y servicio.
Mi llamado a la vida religiosa y al sacerdocio no emergió hasta meses después. Orando frente al Santísimo una tarde, le pedía yo a nuestro Señor que me mostrara qué debía hacer con mi vida, qué camino quería él que yo tomara. Yo estaba en primer año de universidad, pero todavía no sabía qué carrera seguir. Mientras oraba vi pasar al párroco de la iglesia quien se preparaba para celebrar la Misa. Pensé: “¡Este hombre es tan afortunado! Él no tiene otra ocupación, trabajo o profesión que Dios y su obra. ¿Qué mejor causa por la cual trabajar y vivir?”
En ese momento sentí una atracción muy fuerte de ser sacerdote. Era un deseo que no provenía de mí, como si algo hubiese agarrado fuertemente y amorosamente mi corazón y lo impulsara a optar por el sacerdocio y, de esa manera, compartir con otros la Buena Noticia del amor de Dios en Cristo Jesús. Esto me tomó totalmente por sorpresa, ya que yo nunca antes me había sentido atraído a ser sacerdote.
Quedé muy impactado y emocionado a la vez. Una parte de mí quería decir que sí inmediatamente. Otra parte pensaba que esto era únicamente ocurrencias mías debido a que hacía poco había vivido una fuerte experiencia espiritual en Cursillo. Además, yo no era lo suficientemente santo para eso. Pensé en mis debilidades, las muchas maneras en que soy inadecuado y otras razones por las cuales este deseo súbito no podía estar viniendo de Dios.
Otras experiencias siguieron las cuales confirmaron que Dios verdaderamente me llamaba al sacerdocio y a la vida religiosa. De negación pasé al otro extremo, es decir, a querer saber inmediatamente a qué comunidad religiosa específicamente Dios me llamaba. ¡Pero había tantas órdenes religiosas! ¿Cómo podría yo encontrar la correcta?  Entonces procedía a agotarme corriendo de un lugar a otro, de una comunidad religiosa a otra tratando de discernir y encontrar el lugar de mi llamado, pero con muy poco éxito.
En el proceso fui conociendo a los santos Carmelitas Descalzos. Me enamoré de su espiritualidad y mi vida espiritual empezó a ser formada por ésta. Varios años pasaron, terminé mi grado universitario y conseguí trabajo como maestro en una escuela católica, empleo que disfruté mucho. Sin embargo, yo sabía que Dios me llamaba a la vida consagrada.
Un día decidí contactar al director vocacional de la Provincia de Oklahoma de los Carmelitas Descalzos. Yo ya lo había contactado algunos años atrás y él me había invitado a visitarlos, pero en aquel momento yo no contaba con los ahorros necesarios. Esta segunda vez pude aceptar su invitación. Los visité en la Basílica de Santa Teresita en San Antonio, Texas. Estando allí Dios me permitió ver de maneras muy simples pero claras que ése era el lugar a donde él me llamaba. Entré como postulante en el 2001.
En estos momentos llevo ocho años como fraile Carmelita Descalzo y poco menos de dos años como sacerdote, y no me arrepiento. Todo lo contrario, me siento muy agradecido. No siempre ha sido un camino fácil, pero Jesús ha sido siempre fiel a mí, aun cuando yo no siempre le he sido fiel a él.
Como Carmelita Descalzo Dios me llama a una vida de íntima unión amorosa con él a través de la oración contemplativa, siguiendo el ejemplo de la Santísima Virgen. Todo ministerio que realizo debe ser el desbordar de ese encuentro amoroso. Le doy gracias a él por su misericordia para conmigo y le pido que me dé la gracia de la fidelidad y entrega total para seguir a Cristo hasta el fin de mis días en esta vida.

martes, 24 de noviembre de 2015

Fue primer ministro chino, se convirtió por amor y al morir su esposa se hizo monje benedictino

La fuerza de Europa no se encuentra ni en su armamento ni en su ciencia, se halla en su religión. Observa la fe cristiana. Cuando hayas captado su corazón y su ímpetu, tómalos y llévalos a China".

Quien decía estas palabras a principios del siglo XX era Xu Jingcheng, embajador de China ante la corte de los zares, y quien las escuchaba era un joven diplomático, Lou Tseng Tsiang (1871-1949), quien estaba en Rusia desde 1892 en diferentes tareas al servicio de su país y pasaría allí catorce años.

Lou tenía a Xu como su mentor y convirtió esas palabras en norma de vida, y en cierto modo la sintetizan, centrada siempre en Cristo pero a caballo entre China y su destino vital, tan ligado a Europa.

El amor y el ejemplo de una joven belga
Lou Tseng Tsiang había nacido en Shanghai en una acomodada familia protestante. Su padre, activista de la London Missionery Society, le educó en el amor a la Biblia y le dio una rica formación en idiomas, preparándole para su carrera posterior.

Pero justo en los inicios de su profesión, en 1899, conoció en San Petersburgo a una joven hija de una familia de militares belgas. Lou se enamoró de Berthe Bovy, y como ella era católica, se casaron una vez resuelto el impedimento de disparidad de culto. El mismo sacerdote que ofició la ceremonia, el padre Antonin Veile-Lagrange, O.P., le recibiría en la Iglesia, bautizándole sub conditione.

Pero eso no sería hasta el 25 de octubre de 1911, cuando la evolución de sus propias convicciones personales y el amor a su esposa por su continuo ejemplo le llevaron a dar ese paso. "Prometí que nuestros hijos serían católicos, pero como no tenemos hijos ¿qué te parecería si me hiciera católico?", le planteó un día a Berthe. A quien hizo feliz, a pesar de que siempre se había mostrado discreta con él: "Mi esposa nunca me había planteado la cuestión religiosa, contentándose con ser lo que era: una verdadera cristiana. Aquella discreción me animaba aún más a desear unirme a ella en la Iglesia católica, donde me habría negado a entrar si ella me hubiera incitado a ello". Así lo cuenta en los libros Recuerdos y pensamientos (1945) y El encuentro de las Humanidades y el descubrimiento del Evangelio de 1949).



"No" categórico al Tratado de Versalles
Para entonces estaba en la cima de su carrera. Entre ese año y 1926, Lou fue varias veces primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores, y encabezó la delegación de China en el Tratado de Versalles de 1919. Allí se consagró como un político correoso en defensa de su patria, pues se negó a suscribir el Tratado porque concedía a Japón la soberanía sobre un territorio que China reclamaba. Fue el único país participante que no fue signatario de los acuerdos.



Tseng Tsiang estaba dejando una huella importante en la historia política de su país, e incluso en algún momento dejó los cargos que tenía para ocuparse de las víctimas del hambre, pero había algo que le preocupaba más que todo ello: el delicado estado de salud de Berthe. En 1922 se trasladaron a Suiza para buscar su recuperación, y durante ese tiempo peregrinaron a Roma y Lou fue recibido por el Papa Pío XI.

Postulante, sacerdote, abad
Algo barruntaba ya entonces sobre cuál sería su futuro en caso de fallecimiento de Mme. Bovy. Y cuando eso sucedió en 1926, Lou entró como postulante en la abadía benedictina de Saint André-les-Bruges, en Bélgica, donde adoptó el nombre de fray Pedro Celestino. Tenía 56 años. En 1935 fue ordenado sacerdote, y en 1946 el Papa Pío XII le nombró abad titular de la abadía de San Pedro en Gante. Murió el 15 de enero de 1949, tras una vida extraordinariamente rica en experiencias, pero sobre todo rectilínea en el seguimiento de la voluntad de Dios tal como se le iba revelando.



Filosofía que conduce a Dios
En sus escritos, Lou Tseng Tsiang explica el valor de la filosofía natural tradicional china al modo en que los Padres de la Iglesia valoraron la filosofía natural griega, como buena preparatoria para la fe: "Soy confucianista en el sentido de que esta filosofía moral, en la que fui educado, penetra profundamente en la naturaleza del hombre y traza claramente su línea de conducta ante el Creador, ante los padres y ante el prójimo, tanto las personas como la sociedad. El confucianismo, cuyas normas de vida moral son tan profundas y tan benéficas, encuentra en la revelación cristiana y en la existencia y en la vida de la Iglesia católica la justificación más impresionante de todo cuando posee de humano y de inmortal".

"El Logos de los griegos", escribe en otra ocasión abundando en esta idea, "se corresponde sin duda con el Tao de los chinos. En el principio era el Tao, y el Tao estaba con Dios, y el Tao era Dios. Jesucristo es el Taos hecho carne, que viene a revelarnos la vida de Dios y a desvelar su corazón humano y la piedad filial que muestra hacia su Padre".

El "latín" de los chinos
Como benedictino, sentía un gran aprecio por la liturgia como expresión del misterio de la relación entre el hombre y Dios. Como medio de aumentar las conversiones mediante los sacramentos, quería que la Iglesia autorizase en China la misa en chino, pero no porque fuese partidario de la liturgia en lengua vernácula, sino por razones culturales. De hecho, no pretendía una traducción al chino corriente, sino a las antiguas formas del chino literario ("por su profunda belleza, por su vigor y elegancia"), esto es, un equivalente del latín en Occidente: "Mientras la liturgia católica no adopte la lengua literaria china (la cual, quiero subrayar, se armoniza de manera admirable con el canto gregoriano), el culto que la Iglesia rinde a Dios, el sacrificio de la misa, el oficio divino, la liturgia de los sacramentos, la admirable liturgia católica de los funerales serán, para la raza amarilla, un libro totalmente cerrado".

El deseo incumplido de Lou fue volver a su país y participar, aunque ya septuagenario, en el renacimiento de la vida monástica católica en China (que pronto frustraría, mediante la persecución, la revolución comunista). En el claustro belga, evocando las ricas experiencias de su vida y el amor de su esposa que le había llevado a la fe, Tseng Tsiang escribió sus obras recapitulatorias, una de las cuales acaba concretando el gran objetivo de su vida de experimentado diplomático: "Que Dios sea honrado y glorificado por todas las naciones de la tierra".

domingo, 22 de noviembre de 2015

Encuentro



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San José Patrono de este blog

Desde hoy 22 de noviembre de 2015 San José es Patrono de este blog para que lleve a feliz termino las ilusones y esfuerzos que aqui se pusieron, se ponen y se pondrán y guarde nuestras vocaciones y suscite muchas mas que el nos cuide como lo hizo con Jesús. Amén


Un testimonio de experiencia vocacional de un novicio jesuita

Dicen que cada uno lleva un tesoro dentro del corazón y que es ese tesoro, personal e intransferible, el que de verdad te alimenta, te da fuerzas y te hace entusiasmarte de verdad por las personas y las cosas que merecen la pena en esta vida.

Pues bien, el mío, mi corazón, se estaba apagando cada día más y más. Mis sueños cada vez eran más pobres y ya casi me conformaba con un pactar a la baja con algo que sabía que, en el fondo, ni me llenaba ni me podría hacer feliz. Pero la cuestión era buscar seguridades, y algo en mi interior me decía que en aquella llamada que experimenté hace ahora casi cinco años no había nada seguro o cierto, sino un dar un salto, arriesgar y caminar con fe en el que me convoca, el Señor.

Tendría unos 20 años y estudiaba periodismo en Valladolid. Mi vida había transcurrido normal hasta ese momento. Era el menor de tres hermanos y con unos padres que nos educaron a mis hermanos y a mí lo mejor que supieron y, ciertamente, doy gracias de lo bien que lo hicieron. Supongo que hay un momento en el que uno tiene que hacer suyo lo que ha recibido y quitar un poco de ahí y otro poco de allá para conformar su verdadera identidad. Pues eso me ocurrió a mí en aquel entonces. Recuerdo que en unos días, todo lo que para mí había sido incuestionable porque así me lo habían enseñado y yo asumido como verdad, se desmoronó. Tengo la imagen de encontrarme totalmente perdido y desorientado, sin saber ni quién era yo, qué papel o sentido jugaba mi vida en este mundo o quién era Dios.

Al mismo tiempo que me encontraba de tal forma agobiado y desbordado por esa “tan sana” crisis de identidad que me hacía cuestionarme mi vida de cara al sufrimiento en el mundo y mi complicidad y participación en el mismo, comencé a sentir un fuego profundo de ilusión en el corazón que me llevaba a soñar con ayudar a los demás en entrega absoluta; misiones, Tercer Mundo, salvar a la gente. Todo a mi alrededor cobraba un nuevo sentido y miraba la realidad con ilusión y amor. Es algo que no se puede explicar con palabras, es sentirte feliz, pleno, llamado, ver que es posible cambiar las cosas con la fuerza que brota de Dios en nuestro interior. En definitiva, era una reorientación total de mi vida. Una vida que, hasta ese momento, iba en otra dirección, la dirección de planificar todo muy bien de cara a construirte una vida perfecta de éxito y prestigio de cara a la galería del mundo.

Paradoja o incoherencia me dirán. En el fondo, el mayor don que nos da Dios es el de la libertad. Él no nos va a forzar a un sí. Somos nosotros los que debemos aceptar o no el don que se nos da y, ¡hay que ver qué don! Pues bien, a pesar de sentirme como nunca me había sentido de ilusionado antes, mi camino a partir de ese momento fue un camino de huída y de negación de la palabra de plenitud que Dios me hacía a mí en particular. No era cuestión de sacrificar tantas cosas que en aquel entonces me parecían vitales, tales como salir de fiesta, el tener una pareja a mi lado, mi carrera de Periodismo, viajar a la India... Ese camino de escape me lleva a marchar a Inglaterra, volver a España y no saber qué hacer, estudiar un año de Psicología en Salamanca y, por fin, a dar el salto.

Sólo puedo decir ahora, tras un año y unos meses de recorrido espiritual como novicio de la Compañía de Jesús, que mis horizontes, lejos de haberse recortado, se han ampliado, que me estoy abriendo a un mundo totalmente nuevo, misterioso y apasionante como es éste de la vida entregada a Dios para servir a los demás. Y también puedo decir que soy feliz y mucho, y que esto, a pesar de los esfuerzos y de que nada te evita las asperezas normales que tiene la vida, es lo que siempre había querido hacer en mi vida, aunque antes no lo supiera formular ya que mis miedos, prejuicios contra la Iglesia o los curas o mis conceptos de libertad y de felicidad superficial y consumista me lo impidieran.

Termino citando a Juan 12, 25 que “quien intente guardar su vida (como lo había hecho yo nada más sentir la llamada de la vocación) la perderá, pero quien pierda la vida por mí la ganará”. Gracias Señor.

                                                                        ***

De entrada ser jesuita no es ningún honor, de esos por los que muchos se matan. San Ignacio llama a eso “vano honor del mundo” y lo considera una trampa. Ser jesuita tampoco es una promoción o una carrera para medrar sobre otros. San Ignacio afirma, convencido por propia experiencia, “que aquella vida es más feliz que más se aparta de todo contagio de avaricia”.

Ser jesuita no es ser más listo o más influyente o autosuficiente. Para Ignacio de Loyola todo en el hombre - menos su pecado- es regalo gratuito, “amor que desciende de arriba”.

Ser jesuita es peregrinar cada día, y todos los días, “un camino hacia Dios”. Un camino que no eliges, sino para el que eres elegido. No sin ti, naturalmente. Pero en el que un día te encuentras alcanzado por Quien lo ha desbrozado antes que tú y por ti. Más aún, por quien es Él mismo “el Camino”. Al peregrino ignaciano de Loyola lo definieron los que le conocieron como “aquel hombre que era loco por Nuestro Señor Jesucristo”.

Ser jesuita es, sencillamente, ser cristiano hasta “ser tenido y estimado por loco” por los bienpensantes al uso. Y porque Jesucristo se ha convertido, como a S. Pablo, en “razón de mi vida” (Flp 1, 21). Un Cristo, eso sí, enviado a cada ser humano, compromiso de Dios con cada persona.

Un Cristo impensable si no es como servidor del hombre y muriendo por él. Un Cristo al que es imposible decir que se le sigue, si no nos sangra el corazón a chorro ante cada miseria humana.

Gracias a Dios, la Compañía de Jesús, en algunos de sus hombres, sigue sangrando de esa herida. Si no te interesa ese Cristo, no sigas adelante. Si te interesa, ¡adelante!, ¡Pasa! Entra y ven.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Llegó cubierto de tatuajes a la abadía donde hoy es monje ¡y los conserva!: «Es parte de lo que soy»



Hace seis años, una moto se detuvo a las puertas de la abadía benedictina de Mount Angel, en Saint Benedict (Oregón, Estados Unidos). De ella descendió un hombre ya maduro, enfundado en cuero, con un piercing en las orejas, algunas rastas en el pelo y tatuajes en los brazos y el cuello. Ahora recuerda que fue “muy divertido” comprobar el impacto de su imagen sobre los monjes. Lo corrobora el abad, Vincent Trujillo: “Procurábamos no tener prejuicios en cuanto a su apariencia, pero ciertamente impresionaba. Todo el mundo es bienvenido a los retiros de discernimiento”.

De Bobby Love a Hermano André
Porque a eso acudía Bobby Love: a discernir su vocación. Y del resultado del discernimiento es buena muestra su imagen como encargado del museo del monasterio. Su nombre es ahora Hermano André y porta el mismo hábito benedictino que el resto de sus casi cincuenta compañeros.

Pero aún quedan las huellas de su pasado, los tatuajes que se hizo en manos y cuello a principios de los años 90. Los llamaban tatuajes “antitrabajo”, porque nadie que los llevase podía aspirar a ser contratado. Y es justo lo que él pretendía: como hijo rebelde de un exitoso hombre de negocios, había decidido ser artista y no quería marcha atrás. Estamparse la piel fue su forma de “quemar las naves” para empezar a llevar una vida bohemia y vivir sólo de sus pinceles.

Muchos años después, cuando decidió quedarse entre los muros del claustro, pidió permiso al abad para borrarse los tatuajes. Pero Dom Vincent le sugirió que los conservara, y el hermano André aceptó: “No tanto como recordatorio, sino porque es parte de lo que soy”, confiesa a Tom Mayhall Rastrelli en un reportaje de Statesman Journal.



Un buen monje
Rodeado de los variopintos objetos del museo (desde una colección de animales disecados a algunas piezas milenarias de cerámica, pasando por una calabaza labrada por Walt Disney), que se encarga de investigar y catalogar, el hermano André se siente “como en un jardín”, pero le sale el monje que lleva dentro: “La oración es mi trabajo real”. Y de hecho, una de las personas que más le han ayudado en sus tareas museísticas como restauradora en el Bush Barn Art Center, Catherine Alexander, destaca que “una singular forma de devoción empapa todo lo que hace”.

El antiguo Bobby Love es también el encargado de la campana que rige la vida monacal, y que toca a las 5.20, 6.30, 7.55, 11.55, 5.15 y 7.25, las horas en que los monjes acuden a la capilla para las Horas y la misa. Él se sienta en el coro en primera fila, entre los más nuevos. El abad habla bien de él: “Hace bien su trabajo y sabe cuándo es el momento de concentrarse y cuándo el de relajarse. ¡No porque seamos monjes ignoramos cómo pasarlo bien!”.



Dinero, amigos y adicciones: solo y sin rumbo
Pero ¿cuál es la historia del hermano André? Nació en el seno de una familia católica, el tercero de cinco hermanos, todas chicas salvo él, y vivieron en Texas y Mississippi. Su padre era empresario y su madre pintora, y así nació su vocación artística. Estudió en el instituto hasta que lo dejó y se enroló en el Ejército, donde estuvo cinco años, incluyendo la Guerra del Golfo.

Luego abandonó las Fuerzas Armadas y fue cuando se tatuó el cuerpo. Viviendo en Nueva York descubrió que podía ganar cien dólares a la hora haciendo tatuajes… y fue su ocupación en los años siguientes, con una reputación que le llevó de la Gran Manzana a todo el país: Nueva Orleáns, Seattle, Austin… Hacía dinero, tenía amigos… “Todo apuntaba a que yo debería ser feliz, pero me sentía solo y a la deriva. Me miraba a mí mismo y me daba cuenta de que me había convertido en un producto. Mi arte no era una expresión personal, sino lo que los chicos querían, aquello por lo que estaban dispuestos a pagar”. Todo era cuestión de dinero, de imagen, de ego… Bebía demasiado y consumía drogas.

La necesidad de Dios
Bobby Love se divorció tres veces. “No tenía ni idea de lo que era el amor. No tenía ni idea sobre cómo amor o sobre cómo dejar que los demás me quisiesen, y por eso era un miserable”, lamenta ahora el Hermano André: “Mis adicciones eran sólo un síntoma de un problema mayor… la ruina espiritual. Me di cuenta de que necesitaba a Dios. Necesitaba ser una persona completa en el sentido de que no se trata sólo de lo material o lo físico, sino de una completa dinámica espiritual que yo había ignorado por completo”.

Decidió entonces tratarse de sus adicciones, salir de la bohemia para tener un trabajo “normal” de nueve de la mañana a cinco de la tarde, tener tiempo para pensar y reconducir su vida: “Me miré los brazos y vi que en ellos sólo había odio e ira. Era un mecanismo de autodefensa”.

La fe de la infancia
En ese proceso de revisión de vida, investigó diversas religiones, pero concluyó que lo que debía intentar era conocer de verdad la que había probado en su infancia. En 2006 volvió a la fe católica: “Tuve que reaprender la fe como adulto. Cuando niño tenía un montón de cuestiones que no comprendía. Si te educan en la fe, simplemente crees en ello. Yo sólo quería saber por qué lo hacemos”.

Se confesó, veinticinco años después, y realizó el curso básico de iniciación como si no estuviese ya bautizado. Pidió perdón a todos aquellos a quienes había perjudicado durante su vida.

Creador de iconos
Quiso convertirse en un artista cristiano, “pero no para pintar esas imágenes almibaradas de Cristo y de los santos en los mismos estilos en los que ya se ha hecho, en particular con todo ese sentimentalismo. Quería, de nuevo, encontrar mi voz”. Y lo ha conseguido en el claustro, en los pequeños ratos de veinte minutos que sus responsabilidades le dejan libres.

Actualmente está terminando un icono bizantino de San Esteban y un cuadro de Veronés de los Siete Dolores de María Santísima, el encargo de una parroquia. Su superior le ha pedido que estudie iconografía, y se consagra a pintar cuadros religiosos con técnicas antiguas.

Pintar como forma de relación con Dios
Ahora su perspectiva es la de un monje: “Tuve que cambiar todo lo que pensaba sobre crear y producir. Ya no se trata de lo que soy capaz de hacer, sino de mi relación con Dios”.

Porque “Dios”, confiesa, es la última explicación para un periplo vital que empezó con la pasión del arte y le llevó a bajarse aquel día de la moto, a las puertas de la Abadía de Mount Angel, dispuesto a pasar sus rastas y sus tatuajes, pero sobre todo su alma y su pasado, por la criba de un retiro espiritual.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

De baterista rock a trapense: «Yo no iba a misa pero unos amigos me llevaron en su aniversario y...»

9 junio 2015















































































































La abadía de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, en Frattocchie (Italia), toma su origen de la supresión de la abadía de Nuestra Señora de las Catacumbas de San Calixto, cerca de Roma. Los trapenses habían sido expresamente deseados y llamados por el Papa León XIII en 1883 para que fuesen los custodios de estos santos lugares que constituyen el célebre cementerio de los primeros siglos de la Iglesia junto a la vía Apia.
Hace 40 años, el Padre José ingresó al monasterio, tras haber llevado una vida vinculada a la música de rock (fue un importante baterista de destacados artistas argentinos).

Él destaca que Dios encuentra al hombre donde el hombre está, y manifiesta, “no hace como nosotros que preparamos un escenario, mi experiencia personal es que Dios me vino a buscar donde yo estaba. Yo no reniego del pasado, al contrario, fue el lugar que Él eligió para encontrarse conmigo”.

José Otero, monje trapense de la abadía de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, explicaba esto a Radio María:

“Un día pasó Jesús por acá, y me dijo sígueme, y yo acepté y dije me voy atrás de este, que tiene la verdad y la vida”.

Y así comenzó, tenía 24 años cuando tuvo una conversión.

Un amigo suyo lo visitó una noche en el lugar donde él trabajaba. El amigo cumplía años de casados con su esposa, y lo invitaron a su casa a comer un pedazo de torta.

Después a la mañana siguiente lo llevaron a misa. “Me regalaron la maravilla de la misa”, cuenta emocionado.

En ese momento él no iba a misa, mientras que sus amigos iban todos los días. Y a partir de ellos Rolando y Mimí, el hoy padre José Otero, empezó a visitar a los benedictinos de Buenos Aires.

“Y ahí fue mi conversión”, indica. Así comenzó a empaparse de todo lo que era la vida monástica. Como quien se sabe amado, cuenta que en un momento determinado hizo la opción entre seguir con su profesión o entrar en el monasterio y optó por entrar en el monasterio.

Acerca de la dinámica en el Monasterio, el Padre José, dice que la estructura de la vida monástica es ordenar todas las cosas para contar con el tiempo necesario que facilite una vida de oración. Describe este momento, priorizando los oficios divinos, “a las tres y cuarto de la mañana nos levantamos y rezamos, vigilia, laudes, nona, vísperas, y lo más importante es la lectio divina”.

Cuentan también con tiempo para el encuentro fraterno, ya que los domingos aprovechan para charlar con los hermanos, caminar en la viña que tienen donde producen vino castelli romani, vino blanco.

El Padre José Otero, reflexiona diciendo que una de las necesidades más grandes que tiene el mundo de hoy es ver encarnada la religión en un grupo de gente, no en personas aisladas, un grupo de personas que se dedique a manifestar que el evangelio es posible, que Jesucristo vive donde dos o más se reúnen en su nombre.

Ante la pregunta qué es lo que lo motiva a elegir todos los días esta vida en el Monasterio, declara que su renovación diaria es el encuentro con Jesús en la Eucaristía, conocer la misericordia de Dios, que es conocer su verdad, experimentar en carne propio el perdón. “Yo pienso que en el cielo vamos a estar permanentemente con la boca abierta, absortos, de todas las novedades que vamos a encontrar en Dios”.

“En la Eucaristía de cada día, junto con la comunidad, se experimenta que Dios está con nosotros, como Él lo prometió, estaré con ustedes hasta el fin del mundo”, concluye.

martes, 17 de noviembre de 2015

Santa Gertrudis patrona del noviciado

Ayer celebramos la fiesta de Santa Gertudis, homenajeada por todos los Monasterios Benedictinos y Cistercienses.

La noche anterior presentamos el orden del día con un "Magno pregón" en la sala de comunidad y al día siguiente lo pusimos en practica tomando de postre una tarta hecha por la repostera mayor y la novicia después adelantando Vísperas una hora para  tener mas tiempo para el Cinefórum, la cena preparada, en parte por las hermanas de Nigeria que nos hicieron su primera tortilla Española en el despacho del noviciado y... el momento cumbre de la noche...


Repartimos a suertes unos lápices de cartulina con un propósito para cada una durante este año de la misericordia que consistia en una obra de misericordia y repartimos la oración del payaso:

Oración del payaso


Señor:
Soy un trasto, pero te quiero,
te quiero terriblemente, locamente, que es
la única manera que tengo yo de amar,
porque, ¡sólo soy un payaso!
Ya hace años que salí de tus manos,
pronto, quizá, llegará el día en que
volveré a Ti...
Mi alforja está vacía, mis flores
mustias y descoloridas
sólo mi corazón está intacto...
Me espanta mi pobreza,
pero me consuela tu ternura.
Estoy ante Ti como un
cantarillo roto, pero con mi
mismo barro puedes hacer
otro a tu gusto...

Señor:
¿Qué te diré cuando me pidas
cuentas? Te diré que mi vida,
humanamente, ha sido
un fallo, que he volado
muy bajo.
Señor:
Acepta la ofrenda de este atardecer...
Mi vida, como una flauta, está llena
de agujeros...
pero tómala en tus manos divinas.

Que tu música pase
a través de mí y llegue
hasta mis hermanos
los hombres, que sea
para ellos ritmo y melodía
que acompañe su caminar,
alegría sencilla
de sus pasos cansados...


Fue un dia en el que acabamos muy contentas y agradecidas por estar juntas en esta casa.

Sin olvidar el desayuno sorpresa de una hermana y las flores que nos trajo la cocinera.



A ver si el año que viene somos una mas :)

domingo, 15 de noviembre de 2015

Un pequeño gran testimonio

Silvana Ramos
"Tengo 37 años, soy Ingeniera, trabajé muchos años en una de las empresas de innovación más grandes del mundo. Hace 3 años fui mamá por primera vez, hace dos años nació mi segundo hijo. Hace un año y medio renuncié a mi vida profesional. Hoy soy mamá a tiempo completo"


Claro, sencillo y lleno de amor a lo realmente importante mucha gente busca todo lo contrario incluso los jefes de grandes entidades no quieren mujeres con familia...Esta mujer ha encontrad la verdad...no digo que todas tuvieran que dejar el trabajo pero conozco una mujer en concreto que querria tener mas familia pero por no teer un puesto inferior donde trabaja seguramente nunca la tendra, buscamos solo la sabiduria que valora el mundo olvidandonos del que el Toda la Sabiduría.

viernes, 13 de noviembre de 2015

9 cosas que me hubiera gustado saber ante de casarme

 El pasado 7 de noviembre, solemnidad de María Medianera de todas las Gracias, cumplimos con mi esposa 17 años de casados. 17 bellísimos años que no cambiaría por ninguna otra etapa de mi vida. Hoy puedo decir que han sido años de paz y armonía conyugal, pero no una paz de cementerio, sino una paz de familia, es decir, una paz conquistada a fuerza de lucha, por paradójico que pueda sonar. No fue fácil, porque justamente esta armonía conyugal, que es parte de la santificación del matrimonio, es uno de los frutos del Sacramento.

Y es que el matrimonio es un Sacramento “raro”. En todos los demás, los elementos constituyentes son claros y distintos. En este, los contrayentes son al mismo tiempo materia, ministros y beneficiarios, y el consentimiento libre es la forma. Por más que el catecismo lo explique de todos los modos posibles, el matrimonio es una de esas cosas que hay que vivirlas para poder entenderlas bien.

Particularmente me hubiera gustado que alguien me explicara todo esto con mayor profundidad cuando me casé. Por eso a continuación enumero las 9 verdades sobre la vida conyugal que quisiera haber comprendido mejor antes de casarme :)

1. No existe un plan B. El matrimonio es para toda la vida.

En el curso prematrimonial esto parece quedar siempre claro. Desde toda la vida había tenido buenos ejemplos: mis padres se amaron y se respetaron en salud y enfermedad, en prosperidad y en adversidad. Siendo el menor de doce hermanos, me consideraba “inmune” al espíritu de la época: “a mí no me va a pasar” sostenía, porque amaba a esa mujercita que se había metido en mi vida como nunca había amado a nadie. No solo hay que saber la verdad, también hay que comprenderla y amarla. Y por solo saber, y faltarme la comprensión y el amor a la Verdad, me encontré en medio de una crisis conyugal preguntándome “si no me habría equivocado al casarme”. Inevitablemente eso lleva a pensar “si no habría una compañera más adecuada”, y de allí a despreciar a la bellísima persona que Dios puso a mi lado para mi santificación, hay un solo paso. El Matrimonio es para toda la vida, y lo que lo hace una aventura maravillosa es precisamente ese mandato de uno con una para toda la vida. Cuando esto está claro, las crisis conyugales se convierten siempre en oportunidades para crecer juntos.

2. El matrimonio no se trata de mi felicidad.

Esta es una verdad clave y no la aprendemos hasta mucho después de habernos casado. Especialmente los hombres. Muchas parejas al preguntarles en forma individual para qué se casaron contestan casi unánimemente: “me casé para ser feliz”. Pero el Matrimonio no es una caja mágica de la que podemos extraer felicidad: no habría divorcios si fuera algo así. El matrimonio se trata precisamente de buscar, con todas mis fuerzas, la felicidad de mi cónyuge. Mi felicidad tiene que basarse en ver feliz a las personas amadas: esposa e hijos. Una vez que se comprende esto y que esto se convierte en el eje de la relación, el Matrimonio florece y podemos comenzar a ver los frutos del Sacramento.

3. La comunicación es más efectiva que el silencio. Siempre.


Tal vez habría que reformular esta verdad: el silencio es comunicación. El silencio generalmente comunica hostilidad, desinterés y mala predisposición, y eso mata a la relación casi indefectiblemente. El problema es que hay aquí un desfase en el modo en el que manejamos la comunicación hombres y mujeres cuando estamos estresados. Cuando una mujer está estresada necesita desesperadamente hablar; pero cuando un hombre está estresado, lo que menos necesita en la vida es hablar del estrés que lo aqueja. Y esta sencilla diferencia hace que muchísimas veces nuestras esposas perciban nuestro silencio como hostilidad, o que nosotros percibamos la necesidad de hablar femenina como una amenaza. Enseñanza: si mi esposa está estresada yo la escucho sin corregirla y sin querer resolver sus conflictos. El solo hecho de poder hablar y contarme sus problemas le ayuda a resolverlos. Y si yo estoy estresado, ella me deja que me tranquilice y, luego yo mismo la busco para poder comunicarnos.

4. Servir me beneficia.


Otra gran maravillosa verdad: el matrimonio es una comunidad de servicio. Si yo sirvo a mi esposa y mi esposa me sirve a mí, todos salimos beneficiados. Los hombres no comprendemos muchas veces esto porque vemos que nuestra mujer sirve casi instintivamente y nosotros… bueno, nos queda bastante cómoda esa situación. Y aquí fallamos en la comunicación, porque nuestras queridas esposas muchas veces creen que si ellas siguen dando en la relación, nosotros nos daremos cuenta y querremos dar al mismo tiempo. Generalmente no funciona así. Dos cosas me ayudaron a comprender esta verdad: la primera que mi esposa me lo dijo, no usó el mejor tono para decírmelo, pero me lo dijo, y hasta ese momento yo no me había percatado de todo lo que hacía ella y de todo lo que yo no hacía. La segunda fue el nacimiento de nuestros hijos. En el momento en el que comencé a servirla porque ella estaba con el postoperatorio de la cesárea me di cuenta de que hay una gran verdad en el dicho de Nuestro Señor: “Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hch 20, 35). Pero es una verdad que tenemos que recordar a diario y ofrecernos a nuestra esposa en una actitud servicial.

5. El conflicto no es señal de que seamos una pareja disfuncional.
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Y diría que la contraria es válida: la falta absoluta de conflicto es señal de que “nos rendimos”. Un matrimonio que discute, es un matrimonio que tiene dos personas con igual dignidad vivas, y por lo tanto, muchas veces con diferencias de criterio y opinión. Como dije al principio: la vida es lucha y la paz completa existe probablemente solo en el cementerio. Un matrimonio totalmente carente de conflictos está en proceso de muerte. Esto no quiere decir que tengamos que buscar el conflicto para que nuestro matrimonio “reviva”. Solamente tenemos que ser conscientes de que somos humanos falibles y por lo tanto en algún momento va a surgir el conflicto. Y cuando el conflicto surge, podremos tomarlo como oportunidad para aprender más, y para ser más caritativos como pareja.

6. Para un matrimonio fructífero se necesita de tres: Dios, tu y yo.
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¿Dije ya que el matrimonio era un Sacramento? ¡Y los sacramentos son signos eficaces de la Gracia! Este se debe renovar todos los días, pero no solo ante nuestro cónyuge. Se debe renovar la promesa ante Dios para que su gracia actúe. Y ¿cómo renovamos la promesa?, haciendo cada una de estas cosas que hemos estado viendo: reconociendo que es para siempre, poniendo primero a nuestro cónyuge, poniéndonos en lugar del otro para comunicarnos, sirviéndonos mutuamente y teniendo presente que todo conflicto es una oportunidad de Dios para nuestra santificación personal. Todo eso es posible sólo si Dios es un invitado frecuente en nuestro matrimonio. Rezando juntos y con los hijos, participando de la Santa Misa y acogiéndonos al perdón de Dios cuando las cosas no fueron conforme a su Plan para nuestra vida.

7. Los hijos son un regalo y una encomienda de Dios.
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¡Vaya si lo sabremos! Nuestra primera hija murió al día siguiente de nacer, “El Señor me la dio, el Señor me la quitó, bendito sea el nombre del Señor” (Jb 1,21). Pero una cosa es decirlo y otra cosa es pasarlo. Nuestra misión en la vida es que nuestros hijos sean santos, ni más ni menos. Esa es nuestra misión como padres y con nuestra primera hija, cumplimos. Luego llegaron los consuelos de Tomás, Matías y Francisco que deberán hacer el “camino largo”. Nuestro único asidero a la cordura luego del fallecimiento de Cecilia fue saber que ella ya era santa y Feliz, infinitamente más feliz que lo que nosotros hubiésemos podido hacerla en cualquier circunstancia. ¿Y qué pasa con los matrimonios que no reciben ese regalo?, ¡pueden recibir la encomienda! ya sea para santificar a los hijos de otros, mediante la adopción, o siendo un matrimonio lleno de fruto ayudando en su parroquia o movimiento eclesial.

8. Un buen matrimonio es la unión de dos buenos perdonadores.


Aquel que no perdona en el matrimonio es como aquel que toma veneno y espera que el otro se muera. ¿Verdad que no tiene mucho sentido? Para pedir perdón tenemos que ser muy humildes, y para perdonar tenemos que ser misericordiosos. “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lc. 6, 36). Y esto es profundamente cierto en el matrimonio. “Perdónanos, como nosotros perdonamos”. ¡No podemos pedir perdón a Dios si no estamos dispuestos a perdonar a nuestro cónyuge! Cuando nos perdonamos y expresamos ese perdón mediante la reconciliación también estamos enseñando a nuestros hijos a ser humildes y misericordiosos.

9. El matrimonio ofrece la posibilidad de máxima realización personal.

No se dice mucho esto. Pero la realidad es que el matrimonio es ¡sensacional! “Dios nos crea a Imagen y semejanza suya, varón y mujer nos crea” (Gn 1,27). Y es lógico que en nuestra naturaleza busquemos nuestro complemento. “Tú me completas” es un piropo muy frecuente, porque es una verdad intuida. En el matrimonio podemos encontrar esa sensación de plenitud personal de que todo lo nuestro está en plena armonía. Tertuliano lo resumía así: ¿Cómo podré expresar la felicidad de aquel matrimonio que ha sido contraído ante la Iglesia, reforzado por la oblación eucarística, sellado por la bendición, anunciado por los ángeles y ratificado por el Padre? (Ad Uxorem, 9). Todo esto enmarcado en una gran verdad: para ser plenos hay que entregarse, y para entregarse hay que poseerse, hay que ser dueño de uno mismo, y eso no es una cosa que se compre en los mercados, exige una madurez y un equilibrio que cuesta mucho tiempo y oración conseguir.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

"Yo soy el Agua Viva"

¡¡¡Tenemos nuevos planes!!!!

Para chicas con inquietud vocacional que quieran encontrarse co Dios en unos dias de oracion donde también haremos una peregrinación un cinefórum...¿¿Te lo vas a perder??