
(ACI) Antes de ingresar a la vida consagrada, el P. Javier Olivera y la hermana Marie de la Sagesse eran novios y querían casarse, pero Dios tenía otros planes. Esta es su historia.
En diálogo con ACI Prensa, el P. Olivera indicó que ambos crecieron en familias católicas y que “nuestros papás se conocían de cuando eran jóvenes”. Por ello se frecuentaban cuando eran niños, aunque dejaron de hacerlo en la adolescencia.
“Estuve bastante separado de la práctica religiosa. A los 19 años regresé de un viaje de mochilero a Perú y la conozco. Le pregunté si creía en la virginidad hasta el matrimonio, porque para mí era una especie de invento de la Iglesia. Ella me fundamentó tan bien desde la fe y la razón sobre la pureza que me impactó. Me encontré con una mujer que sabía defender lo que creía y que era a su vez inteligente”, comentó.
Poco después iniciaron su relación. En ese entonces ambos estudiaban derecho. Él en la Universidad Nacional de Buenos Aires y ella en la Universidad Nacional de la Plata.
El P. Olivera manifestó que “era un noviazgo como cualquier otro, pero intentábamos aprovechar la vida cultural a través de la música, la literatura y la filosofía. Leíamos libros juntos, salíamos a tomar un café. Teníamos un grupo de amigos con los que asistíamos a las conferencias de los autores católicos argentinos”.
“Yo comencé a practicar la fe, a rezar, a ir a Misa los domingos. Todo en gran parte gracias a ella, a Dios principalmente, pero a ella como instrumento”, manifestó el sacerdote. Destacó que también cultivaron juntos una vida de piedad por medio del rezo del Rosario y la Eucaristía.
Por su parte, la hermana Marie de la Sagesse, cuyo nombre de bautizo es Trinidad María Guiomar, dijo a ACI Prensa que lo que más valoraba de su entonces novio era “su sincera búsqueda de la verdad sin temor a las consecuencias”.
Ambos se comprometieron cuando tenían 21 y decidieron casarse al terminar la universidad. Les faltaba dos años y medio.
El descubrimiento de la vocación
Sin embargo, un día el hermano mayor de la joven les anunció que ingresaría al seminario y la noticia “nos dejó golpeados porque no esperábamos eso”.
“Yo tenía un auto y con la que era mi novia decidimos llevarlo al seminario, que quedaba en San Rafael, Mendoza”, indicó, y ambos se quedaron unos días en la zona para que Javier pudiera visitar a unos amigos que estaban en el seminario y ella a las amigas que estaban en el convento.
“Cuando volvimos, conversamos sobre lo loco que era todo esto, de que su hermano haya dejado todo, la posibilidad de tener familia, una carrera muy importante. Comenzamos a preguntarnos ‘¿Qué pasaría si Dios nos llamara a la vida religiosa? La primera cosa que dijimos fue que ‘no’ y que era una locura porque estábamos en un hermosísimo noviazgo y ya estábamos comprando las cosas para casarnos”, contó el P. Olivera.
Pasaron las semanas “y en mi alma había esta idea permanente de qué pasaría si Dios me llamara, si yo tuviese que dejar todo ¿Por qué no ser sacerdote? ¿Cómo saber si el mejor modo de llegar al cielo para mí es la vida sacerdotal o la vida matrimonial? ¿Dónde puedo hacer el bien más grande?”.
Después de tantas dudas decidió contarle sus inquietudes vocacionales a su novia, quien le confesó que ella estaba “pensando lo mismo” desde que su hermano ingresó al seminario.
Sin embargo, ninguno de los dos se decidía. “Como todavía nos faltaban dos años para acabar la carrera de abogacía, esa era una gran excusa para todavía no ingresar al seminario o al convento”, indicó el P. Olivera.
Tuvieron por asesor espiritual a “un monje muy prudente”, que les dijo: “Miren, ese es un tema entre cada uno y Dios. Nadie se puede meter en las almas”.
Por su parte, la hermana Marie de la Sagesse indicó a ACI Prensa que “fue un largo período de discernimiento, al menos dos años, hasta que Dios me mostró claramente la vida consagrada y no pude dudar que me pedía esa entrega total por encima del matrimonio”.
Al terminar de estudiar, ambos abrazaron su vocación. En el año 2008, cuando tenían 31 años, él se ordenó sacerdote de la Diócesis de San Rafael y ella realizó sus votos perpetuos en la congregación de las Hermanas de Jesús Misericordioso.
Actualmente el P. Olivera es profesor universitario, tiene un blog llamado “Que no te la cuenten” y ha escrito un libro sobre las dudas vocacionales titulado “¿Alguna vez pensaste? El llamado de Cristo”. Puede leerlo completo AQUÍ.
La hermana Marie de la Sagesse vive en el sur de Francia y realiza su apostolado en la parroquia de Saint Laurent, en la Diócesis de Fréjus-Toulon.
Sobre su historia, ella expresó que “considero una gracia especial el llamado de ambos casi al mismo tiempo, una delicadeza de la Divina Providencia, a quien no se le escapa ningún detalle. Y lo que valoro muchísimo es la continuidad en la amistad no sólo de ambos, sino también de nuestras familias”.
“Ahora tenemos una amistad hermosísima, es mi mejor amiga”, dijo el P. Olivera.
Empieza la ESO, se abre un nuevo mundo ante mí: las chicas, las tardes del sábado (y alguna que otra noche), algunas gamberradas, etc. Lo normal de un joven ¿no? Y en medio de la vida de un joven normal que le gusta salir y pasarlo bien, tontear con las chicas, que no le van mal los estudios… ¡pam! “¿por qué no ser sacerdote?” Esta pregunta atravesó mi corazón en el verano de 2011, cuando tenía 15 años, después de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, después de tener una experiencia muy intensa, un encuentro muy fuerte con Dios. Porque claro, iba a misa y esas cosas, pero no conocía mucho al Señor, más bien, no creía que esto de la fe tuviera algo que decirme a mi vida. Allí, en la JMJ descubrí una Iglesia joven, llena de gente como yo, pues en mi clase siempre había sido el único chico cristiano, y me avergonzaba de serlo, por eso me callaba; allí me sentí amado tal y como era, yo que siempre iba mendigando amor con los demás; allí pude ser yo mismo, tal y como soy, sin esconderme, sin máscaras ni apariencias, pues parece que para ser querido hoy en día tienes que dar la talla o estar a la altura. Y con Dios, esto no es así.
En medio de esta tormenta, la llamada no se apagaba y volvía a encenderse con testimonios, pasajes del Evangelio, canciones, etc. Tuve un final de curso y un verano muy intenso (que si hay otra ocasión te lo contaré). Y al final de verano, el 10 de septiembre de 2014 entré al Seminario Mayor de Moncada. Ahora, en 4º curso, a 3 años de la ordenación sacerdotal, sólo puedo decir “gracias”. Ahora sí que vivo feliz, realizado, con alegría, pues no necesito hacer tonterías ni ponerme máscaras para sentirme amado. Sé que he nacido para amar y ser amado como soy, y mi corazón sólo pide amor, amor sincero, amor de verdad ¿el tuyo también no? Ahora sí que puedo decir: ¡quiero ser sacerdote!