“¡Si conocieses el don de Dios!” (Jn 4,10).
Esta es toda la vida espiritual del cristiano. Esta es la obra de la gracia en su alma.
Y la escuela de la contemplación es la escuela de la intimidad de Dios. Y la escuela de la intimidad de Dios es la escuela de la santidad.
¿Cómo llegaré a la intimidad de Dios?
Ante todo, escuchándole. Sin ahogar su voz con mi propia palabrería. Hundiéndome en el silencio para oír su voz.
Dios con su presencia me descubre a mí esa realidad mía que yo no conozco. Mi verdad. El enorme vacío de mi alma desnuda en la presencia de Dios.
Y entonces esta verdad mía, mi realidad auténtica, es la que se vuelve hacia Dios en un acto supremo de acatamiento y de adoración.
Algo que es sublime. Cierto, pero también muy posible.
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