jueves, 19 de marzo de 2009

San José, un "sí" generoso a la llamada de Dios

San José, cuya solemnidad estamos hoy celebrando, es uno de esos hombres buenos –“justo” es llamado en el Evangelio- del cual no se conservan escritos, porque el mejor escrito fue el de su propio testimonio de vida.

Las lecturas de la Palabra de Dios que se proclaman en la liturgia hoy, le sitúan en la estela de los grandes testigos de la fe del pueblo de Israel: Abraham y David. Ambos reciben de Dios una misión que desborda sus planes, que supera sus pobres fuerzas y capacidades, ser el padre de muchas naciones, Abraham, y ser el rey que reúna y gobierne a Israel, en el caso de David.
A pesar de sus limitaciones, la juventud e inmadurez del rey David, la ancianidad estéril del patriarca Abraham, se confían generosamente a la voluntad de Dios y, así, Este puede valerse de ellos para realizar su plan de salvación.

Lo mismo le ocurre a José; el humilde artesano de Nazaret, hombre piadoso y recto que soñaba, como todo varón israelita, con fundar un hogar sencillo junto a María, su prometida, con la paz y prosperidad material para sus vástagos que todo buen padre desea.
Pero Dios irrumpe en su vida para trastocar aquellos planes, buenos en si, aunque insuficientes, con una misión desconcertante: ha de tomar como su propio hijo a aquel que ha de ser el Salvador de los hombres, el esperado, el Ungido. Demasiada responsabilidad para un carpintero sencillo y temeroso de Dios. Demasiada para cualquiera. José se debate, lucha contra la angustia y el miedo y, al fin, cuando comprende que es la voluntad de Dios, en obediencia plena da un “sí” sin condiciones desde lo más hondo de su corazón.

De esta manera, Dios puede entrar en la historia para redimirla por medio de su mismo Hijo, el Verbo encarnado, que va a ser custodiado y educado en aquel bendito hogar como cualquier otro niño israelita.
Una vez más, como ocurrió entonces, como ocurre ahora, como sucederá siempre, Dios realiza su proyecto por medio de la fragilidad de pequeños hombres que confían y se deciden, arriesgando su existencia entera.

Por esto veneramos a San José como modelo de respuesta a la vocación, como patrón, custodio y guía de nuestros queridos seminarios. De él “aprendió” nada menos que el Hijo de Dios la confianza total que le lleva, guiado por la llamada del Padre que le ama, a dedicar su ser entero a la obra del Reino de Dios. ¿Por qué no podemos imaginar que alguna vez José le confiaría a Jesús la historia de su vocación, cómo escuchó la llamada de Dios, su miedo ante la responsabilidad, su confianza y decisión?

Hoy el Señor sigue llamando, invitando, la mies sigue siendo mucha –más que nunca- y los obreros pocos. San José, custodio del Redentor, intercede por los niños y jóvenes que quizá sientan, de modo aún débil, la invitación del Maestro a caminar tras sus huellas, para que, como tú, pongan su vida generosamente a disposición del plan divino, aunque sea superior a aquello que imaginaron.

Sostén, hombre justo y piadoso, hombre de Dios, a los jóvenes de nuestros seminarios diocesanos, para que la alegría con la que hoy viven su vocación sacerdotal aumente y se consolide, aún en medio de las adversidades.

Alienta a las familias, a los padres y madres cristianos, para que construyan su convivencia cotidiana desde el amor y la fe que se vivían en la Sagrada Familia de Nazaret, a fin de que, poniendo a Cristo, la Eucaristía, en su centro, lleguen a ser semillero de generosas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, tan necesarias para nuestra Iglesia y nuestra sociedad.

“Considerando que la Eucaristía es el don más grande que el Señor da a la Iglesia, es preciso pedir sacerdotes, puesto que el sacerdocio es un don para la Iglesia. Se debe rezar con insistencia para conseguir ese regalo. Debe pedirse de rodillas” (Juan Pablo II).

Continuad haciéndolo. Que así sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario