Me llamo Rosalía, tengo 28 años y soy de Buenos Aires, Argentina. Quiero compartir con ustedes brevemente cómo el Señor me llamó a la vida religiosa y, desde su gracia, pude responder con generosidad a su llamada.
Todo empezó cuando yo era niña, iba con mi madre a la Santa Misa y allí sentí el amor de Dios por primera vez, al recibir a Jesús Eucaristía cuando tenía 8 años. Fue el día más feliz de toda mi vida. A partir de allí comencé a tratar más en intimidad al Señor en la oración personal y lo recibía en la comunión todos los domingos.
En esa capilla donde iba había una monja llamada Inés que fue la que la fundó (ya que antes era solo un terreno baldío) y al ver la alegría de esa hermana y el entusiasmo por todo lo que hacia yo sentía ya en mi corazón el deseo de ser como ella. Sin embargo, había escuchado una vez decir a mi madre que no quería tener una hija monja porque deseaba tener nietos. Estas palabras entristecieron mi corazón y tomé la decisión de callar lo que sentía y tratar de olvidarme de esa idea.
Pasados los años, la Hna. Inés se retiró y mi madre y yo nos alejamos de la iglesia porque el cambio fue muy radical: las nuevas hermanas no eran tan dulces, abiertas, alegres como lo era la Hna Inés. A pesar de ellos yo seguía orando, leyendo la Palabra de Dios y haciendo mi vida normal aunque no iba a la Misa.
Esos dos años que estuve alejada de la iglesia sentía que me faltaba algo y a la vez al ver que en la capilla cada vez iba menos gente me sentía triste. Una noche orando le dije al Señor que estaba triste porque a la capilla de Guadalupe cada vez iba menos gente y deseaba que volviera a enviar alguna religiosa como lo fue la Hna Inés con espíritu evangelizador para acercar a la gente a su Amor. Sentí en mi interior una voz que me decía “¿Por qué no vos?” Debo decir que escuchar eso me dio miedo y respondí “Por amor a ti volveré a la iglesia pero seré como una religiosa más sin ser religiosa” Mi respuesta temía al compromiso. Así a mis 18 años me acerqué nuevamente a la iglesia y me incorporé como catequista.
A Partir de allí comencé a integrarme a la comunidad, a conocer más a las nuevas hermanas y a sentir mucha sed de almas para Dios. Cada vez me incorporaba a más actividades: guiaba el grupo del rosario, iba a encuentros de formación, tuve hasta dos grupos de catequesis…
Un día una de las hermanas se me acercó y me dijo. “¿Vos no pensaste nunca en ser religiosa?” Yo que desde siempre sentía esa inquietud en mi corazón le dije: “Hermana, sinceramente no puedo renunciar a aquello que no viví, soy joven y nunca tuve novio quiero probar la experiencia del noviazgo”. Primera excusa que presenté al Señor a la edad de 22 años.
Inmediatamente fui al Sagrario y le dije: Deseo tener novio, pero no cualquier chico sino alguien que me respete y quiere algo serio. Así fue como al poco tiempo comencé una relación amorosa con un amigo de mi hermano que conocía desde la secundaria y viví con él un noviazgo muy hermoso desde el respeto y el amor mutuo durante 3 años y 3 meses. Durante todo ese tiempo si bien me sentía bien a la vez algo inquietaba mi corazón. Esa llamada que no paraba de hablarme al corazón. Sentía que Jesús me decía que ya me había dado el novio y ahora tenia que decidirme.
Por otro lado, me pasaba que en diferentes lugares distintas personas, (algunas sin siquiera conocerme) me decían con seguridad que yo sería religiosa. Incluso una vez una mujer a la que una amiga le respondió que yo estaba de novia y planificaba casarme dijo “¿Y que tiene que ver?” Esa frase resonó en mi corazón. Sentía que el Señor me invitaba a dejarlo todo.
Todo empezó cuando yo era niña, iba con mi madre a la Santa Misa y allí sentí el amor de Dios por primera vez, al recibir a Jesús Eucaristía cuando tenía 8 años. Fue el día más feliz de toda mi vida. A partir de allí comencé a tratar más en intimidad al Señor en la oración personal y lo recibía en la comunión todos los domingos.
En esa capilla donde iba había una monja llamada Inés que fue la que la fundó (ya que antes era solo un terreno baldío) y al ver la alegría de esa hermana y el entusiasmo por todo lo que hacia yo sentía ya en mi corazón el deseo de ser como ella. Sin embargo, había escuchado una vez decir a mi madre que no quería tener una hija monja porque deseaba tener nietos. Estas palabras entristecieron mi corazón y tomé la decisión de callar lo que sentía y tratar de olvidarme de esa idea.
Pasados los años, la Hna. Inés se retiró y mi madre y yo nos alejamos de la iglesia porque el cambio fue muy radical: las nuevas hermanas no eran tan dulces, abiertas, alegres como lo era la Hna Inés. A pesar de ellos yo seguía orando, leyendo la Palabra de Dios y haciendo mi vida normal aunque no iba a la Misa.
Esos dos años que estuve alejada de la iglesia sentía que me faltaba algo y a la vez al ver que en la capilla cada vez iba menos gente me sentía triste. Una noche orando le dije al Señor que estaba triste porque a la capilla de Guadalupe cada vez iba menos gente y deseaba que volviera a enviar alguna religiosa como lo fue la Hna Inés con espíritu evangelizador para acercar a la gente a su Amor. Sentí en mi interior una voz que me decía “¿Por qué no vos?” Debo decir que escuchar eso me dio miedo y respondí “Por amor a ti volveré a la iglesia pero seré como una religiosa más sin ser religiosa” Mi respuesta temía al compromiso. Así a mis 18 años me acerqué nuevamente a la iglesia y me incorporé como catequista.
A Partir de allí comencé a integrarme a la comunidad, a conocer más a las nuevas hermanas y a sentir mucha sed de almas para Dios. Cada vez me incorporaba a más actividades: guiaba el grupo del rosario, iba a encuentros de formación, tuve hasta dos grupos de catequesis…
Un día una de las hermanas se me acercó y me dijo. “¿Vos no pensaste nunca en ser religiosa?” Yo que desde siempre sentía esa inquietud en mi corazón le dije: “Hermana, sinceramente no puedo renunciar a aquello que no viví, soy joven y nunca tuve novio quiero probar la experiencia del noviazgo”. Primera excusa que presenté al Señor a la edad de 22 años.
Inmediatamente fui al Sagrario y le dije: Deseo tener novio, pero no cualquier chico sino alguien que me respete y quiere algo serio. Así fue como al poco tiempo comencé una relación amorosa con un amigo de mi hermano que conocía desde la secundaria y viví con él un noviazgo muy hermoso desde el respeto y el amor mutuo durante 3 años y 3 meses. Durante todo ese tiempo si bien me sentía bien a la vez algo inquietaba mi corazón. Esa llamada que no paraba de hablarme al corazón. Sentía que Jesús me decía que ya me había dado el novio y ahora tenia que decidirme.
Por otro lado, me pasaba que en diferentes lugares distintas personas, (algunas sin siquiera conocerme) me decían con seguridad que yo sería religiosa. Incluso una vez una mujer a la que una amiga le respondió que yo estaba de novia y planificaba casarme dijo “¿Y que tiene que ver?” Esa frase resonó en mi corazón. Sentía que el Señor me invitaba a dejarlo todo.
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