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En 1849, Antonio María Claret, un sacerdote catalán muy preocupado por el anuncio del Evangelio a la gente, reunió a varios sacerdotes que compartían su sensibilidad misionera. Así nació nuestra Congregación, que hoy es conocida de dos maneras: ‘Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María’ y ‘Misioneros Claretianos’.
Somos, por tanto, una congregación religiosa católica nacida con un propósito eminentemente evangelizador. Hemos surgido en la Iglesia para intentar vivir siguiendo a Jesucristo, al estilo de los Apóstoles, con una singular relación con el Corazón de María, a quien reconocemos como Madre y Formadora.
Desde 1849 nos hemos extendido por los cinco continentes y en la actualidad somos algo más de 3.000. Misioneros todos, nuestra vocación puede vivirse de tres formas: como Hermanos (religiosos laicos), como Diáconos y como Presbíteros (sacerdotes). Cada uno de nosotros vive y expresa su condición de religioso claretiano a través del don específico que ha recibido.
Presentes hoy en más de 60 países, deseamos vivir nuestra condición de cristianos, con su consiguiente dimensión profética, en un mundo marcado en muchos lugares por la pobreza y la desigualdad y en las naciones occidentales por la indiferencia, la ‘crisis económica’ y sus consecuencias y el surgimiento de una nueva cultura.
Queremos ser servidores de la Palabra de Dios, a la que escuchamos y constituimos como animadora de nuestra misión. Una Palabra que intentamos proclamar por todos los medios posibles, tal como nos enseñó San Antonio María Claret, nuestro Fundador. Medios que hoy se concretan en escuelas y colegios, trabajo parroquial, comunidades insertas en lugares de exclusión, la colaboración en el desarrollo de Iglesias jóvenes o en formación (misiones), la animación de grupos cristianos, la promoción de líderes evangelizadores, la presencia en los medios de comunicación…
Como comunidad universal nos hemos propuesto estos años reavivar la vivencia de nuestra propia experiencia del amor de Dios y del Evangelio para compartirla en mejores condiciones. Somos cada vez más conscientes de que caminamos con otros (laicos/as, religiosos/as, sacerdotes, obispos...) en una misión ‘compartida’ especialmente sensible a la solidaridad, el diálogo y la cualificación del anuncio del Evangelio.
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