lunes, 25 de mayo de 2009

Los monjes no servimos para nada...

Estaba yo una vez mostrando a una familia el monasterio de Poblet, donde vivo, cuando después de haberles enseñado la sala llamada del abad Copons, una de las damas del grupo me preguntó: «¿Y ¿para qué sirve?».
Imagínense ustedes (si no la han visto) la mencionada construcción: una bóveda de piedra de perfecta mecánica gótica, con unos arcos (con fuertes nervaduras de sección rectangular) del siglo XIV, que no arrancan de ménsulas, sino directamente del muro: una sola nave de gran anchura y de proporciones exactísimas. ¡Y la señora me pregunta para qué sirve!
No pude cambiar de tema de conversación y ponerme a hablar de fútbol puesto que no tengo la menor idea de deportes; así que me vi obligado a contestar directamente: «¿Le parece a usted poco que esta sala sea tan bonita? ¿Ha visto usted otra semejante en el resto de España o de Europa? Si una sala así es bonita, ¿se la tiene que exigir, además, que esté al servicio de otra cosa?... ¿Para qué sirve el cuadro de “Las lanzas”? Absolutamente para nada..., para nada menos que para contemplarlo embelesado. Pues lo mismo ocurre con esta sala. Deléitese usted contemplándola. Deje que su espíritu se dilate en esta espléndida creación de espacio».
La señora asintió. No recuerdo quién era. Pero el diálogo se dio hará de ello unos tres años. Pues bien, si alguien me preguntara un día un poco como esta señora, «¿para qué —de qué— sirven los monjes?», le contestaría con muchísimo más aplomo: «Absolutamente para nada. Un monje no sirve "de" ni sirve "para". Un monje sirve "a". Sirve a Dios. Exigir que incluso los monjes seamos una especie de instrumento "de" o "para" es una aberración a la que ha llevado a muchos la actual civilización (por llamarle a eso de algún modo), esta civilización que arranca en parte de Adam Smith y su fábrica de alfileres y, más aún, de Marx, aquel aburrido "príncipe de los serios como le llamaba Sartre. Gracias,, en gran parte, a este Karl, nuestro mundo ha perdido, en efecto, el sentido de lo gratuito, lo lúdico: todo tiene que ser para ser valioso, un instrumento de producción. Ser productivo o no ser., éste es el problema. ¡Menudo mal ha hecho a la inteligencia el señor Marx! ¡Menuda deformación general ha desencadenado! Una sartén sirve realmente "para" freír, sirve "de" recipiente "para" que el aceite no se vierta y `para" que se fría lo que ha puesto en ella el cocinero o la cocinera, teniéndola por el mango. Las cosas (¡las "cosas"!) pueden servir "de", pueden servir "para". Pero ¡las personas! ¡Y los monjes!».

Con este preámbulo estamos preparados para comentar el título de este artículo: ¿De qué sirven los monjes? ¿Para qué? La respuesta es: naturalmente que los monjes no sirven absolutamente para nada.
Si han edificado tantos bellos monasterios en España y en el resto de Europa, eso es solamente un subproducto de la vida monástica. Si el monacato benedictino y cisterciense extendió e intensificó en Europa la cultura del vino y del pan (es decir, el cultivo de la vid y del trigo), eso es una pura resonancia residual no intentada por si misma. Si los monjes hemos contribuido antaño a trasladar la cultura clásica y religiosa antigua a la Edad Media europea y hemos producido bellos manuscritos: si algunos monasterios han sido granjas-modelo, eso es simplemente un producto residual no buscado directamente.
Los monjes nunca hemos intentado ser productivos, Dios nos libre: los monjes no hemos dado golpe en nuestra vida, ¡vamos! ¡Eso está más claro que el agua!
Los monjes no servimos «de» ni «para»; servimos «a» Dios: que encima no lo necesita, ¡admírense! Somos nosotros, es el mundo entero, quienes necesitamos servir a Dios, porque el amor no puede reprimir sus expresiones. Somos nosotros quienes necesitamos expresar nuestra gratitud., nuestra glorificación y nuestra alabanza., por pobres que sean. A Dios no le va en este juego absolutamente nada. Quiero decir: al Dios de la metafísica. Al Dios católico, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, le va la vida humana de su hijo; véanle en la cruz. Dios, en tanto que Dios, no sufre en absoluto si nosotros nos olvidamos de él; pero, en cierto sentido, tan intensamente real que es inexpresable, Dios «sufre» si ve que nos alejamos de él; como sufriría una madre que viera que su hijo está a punto de caerse en un pozo.

Resumo: los monjes no servimos absolutamente para nada: no tenemos nada que ver con lo que hemos, involuntariamente, producido —sean viñedos, sean monasterios, sean miniaturas—: lo que ocurre es que hoy vivimos en una civilización en la cual no producir, no hacer nada, no está valorado. Pero eso no nos importa. Nosotros., a servir a Dios, y en paz.
Agustín Altisent

1 comentario:

  1. AMÉN
    Pobre al menos de mí, si los monjes no estuvieran ahí y con sus oraciones mantuvieran el mundo al que muchos de ellos, por no decir todos, hace tiempo que ni ven. Aunque no hicieran más que eso, ya sería bastante para estar agradecidos a ellos, que rezan, sin conocer a las personas por las que rezan.

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