domingo, 14 de marzo de 2010

IV Domingo de Cuaresma "El hijo pródigo y el Padre prodigioso"

El evangelio de este IV domingo de Cuaresma constituye una de las páginas evangélicas más sublimes. Nos hemos acostumbrado a escuchar la parábola del hijo pródigo, pero si se oye con unos oidos abiertos, como si fuera algo nuevo, resulta tan rica de matices, tan sorprendente, que lo mejor es simplemente pararse y contemplarla.
Quiero compartir con vosotros alguna reflexión en torno a esta imagen.
En primer lugar, es importante no olvidar quienes eran los destinatarios de esta parábola; eran los maestros de la ley, los fariseos, judios observantes de la Ley divina, escrupulosos en su cumplimiento y conocimiento, escandalizados por la actitud de Jesús de cercanía y misericordia hacia los cobradores de impuestos y demás pecadores públicos.
Les resultaba intolerable que alguien que se decía enviado por Dios pudiera contaminarse en el contacto con semejante gente. Particularmente grave era el hecho de que compartiera mesa y casa con esos "indeseables". Al menos Juan Bautista les fustigaba con su palabra, amenazaba con la venida de un Mesías a sangre y fuego que arrasaría toda iniquidad. Pero aquel galileo.... parecía tener sólo palabras amables, cariñosas para con los pecadores....
El hijo mayor representa a estos piadosos judios. Permanece en la casa del Padre, observa todos sus mandatos al milimetro, pero como un esclavo, no como un hijo. De hecho, su corazón está lejos del Padre aunque vivan bajo el mismo techo, porque se ha vuelto de piedra, incapaz de comprender y acoger. Él va a ser el gran perdedor de la historia; al menos el hijo pequeño fue capaz de reconocer su pecado, pero el mayor no, porque lo confunde con la virtud.
Y, ¿qué decir del hijo pequeño? Creía ser feliz lejos del Padre, ser libre, más hombre, independiente. Y le pide la parte de su herencia, que es tanto como decir "Para mí no existes, dejo de tener padre, quiero ser ya huerfano". Y se marcha persiguiendo sus ilusiones de felicidad, que son sólo sombras e ilusiones. Jesús subraya que llega a caer a lo más bajo en que nadie puede caer. ¿Qué puede haber más bajo para un israelita libre que cuidar cerdos, el animal impuro, siendo criado de un pagano y querer comer hasta la comida de los puercos sin poder hacerlo? Nada.
Y prepara su discurso mentalmente, su estrategia para cuando vuelva harapiento y arrastrado ante su padre: "Le diré he pecado contra el cielo y contra ti, no merezco ser tu hijo. Acéptame, al menos, como criado".
Y se pone en camino...
Y cuando llega a la casa del padre, este, que salía cada mañana al camino para ver si le veía volver, no le deja ni soltar su argumento... le cubre de besos, le abraza y sólo acierta a decir llorando "Hijo mío, hijo mío". Le viste con la mejor túnica, le pone el anillo, símbolo de la filiación recuperada, y le pone las sandalias, símbolo de libertad y dignidad.
Que maravilla ¿verdad?

1 comentario:

  1. Maravillosa presentación de las dos actitudes de los hermanos. Ni el creernos los dueños del universo y el amor de Dios, ni la desesperación, por pensar que no seremos perdonados.
    Gracias por sus palabras Padre Rubén.

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