lunes, 31 de agosto de 2009

El trapecio y la Vocación


Imagínate la escena, tantas veces repetida en la pista del circo: el número del trapecio. En él, un trapecista se separa del columpio y se lanza con seguridad hacia el vacío. Llegado un momento, extiende sus brazos hacia los brazos seguros de su compañero que se balancea al mismo ritmo, preparado para agarrarlo.
Todos somos trapecistas. La tierra está, como nuestra vida, en perpetuo movimiento y en difícil equilibrio.
Cuesta lanzarse, es un riesgo, porque uno conoce las limitaciones, tiene dudas, el número podría fallar. Por eso la confianza es fundamental para la vida, sin ella, es imposible vivir.
Fe es la actitud de un niño que confía en su madre, la del adolescente que se confía a un amigo, la del adulto que se enamora y entrega para siempre a otra persona. Tenemos que apelar a la confianza siempre para poder seguir viviendo.
En el número del trapecio nada ocurre por casualidad, es una experiencia de riesgo ensayado y calculado. Pero existen unos segundos de suspensión entre la vida y la muerte, la vida se lanza, llena de esperanza a la búsqueda de un apoyo seguro con el que vencer la muerte. ¿Quién me salvará de la muerte, del vacío?
El numero del trapecio se asemeja mucho a la vocación cristiana. La vocación, como el salto del trapecista, entraña dudas, miedos e incertidumbres. Después del salto mortal, los brazos se elevan hacia el que es capaz de acogerlos, asegurándoles y devolviéndoles la vida. La vocación es, en el fondo, depositar la confianza totalmente en el Otro, en Jesús. Él sí que no puede fallar. Sé de quien me he fiado, que diría san Pablo.
Hay quienes no soportan esos momentos de vacío, de no ver, de no notar nada. Para ellos todo debe estar calculado, razonado, medido, comprobado. Y se aferran a sus miedos para no saltar o se lanzan en los brazos de la nada.
El ejemplo de quienes ya han dado ese salto y nos hablan de las manos de un Amigo, el comprobar que "el corazón tiene razones que la razón no puede entender, el deseo interior que no se va, la experiencia de seguridades humanas que nos han fallado y la confianza en el Otro Trapecista (Dios) es lo que nos empuja a saltar.
Además no estamos solos en el salto. Invisible pero siempre presente está la "red", nuestros amigos, nuestro acompañante espiritual o director que, desde un segundo plano, está siempre ahí, para librarnos de nuestros miedos y acogernos en caso de caída.
¡Atrévete a saltar!

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