Existe una criatura en la que el diálogo entre la libertad de Dios y la libertad del hombre se realiza de modo perfecto, de manera que las dos libertades puedan actuar realizando plenamente el proyecto vocacional; una criatura que nos ha sido dada para que en ella podamos contemplar un perfecto designio vocacional, el que debería cumplirse en cada uno de nosotros.
¡Es María, la imagen salida del designio de Dios sobre la criatura! Es, en efecto, criatura como nosotros, pequeño fragmento en el que Dios ha podido verter todo su amor divino; esperanza que nos ha sido dada para que mirándola, podamos también nosotros aceptar la Palabra a fin de que se cumpla en nosotros.
María es la mujer en la que la Santísima Trinidad puede manifestar plenamente su libertad electiva. Como dice San Bernardo comentando el mensaje del ángel Gabriel en la anunciación: « Esta no es una Virgen encontrada en el último momento, ni por casualidad, sino que fue elegida antes de los siglos; el Altísimo la predestinó y se la preparó ».(52) Y San Agustín ya había escrito mucho antes: « Antes que el Verbo naciese de la Virgen, El ya la había predestinado como su madre ».(53)
María es la imagen de la elección divina de toda criatura, elección hecha desde la eternidad y totalmente libre, misteriosa y amante. Elección que, normalmente, va más allá de lo que la criatura puede desear para sí: que le pide lo imposible y le exige sólo una cosa: el valor de fiarse.
Pero la Virgen María es también modelo de la libertad humana en la respuesta a esta elección. Ella es la muestra de lo que Dios puede hacer cuando encuentra una criatura libre de acoger su propuesta. Libre de pronunciar su « sí », libre de encaminarse por la larga peregrinación de la fe, que será también la peregrinación de su vocación de mujer llamada a ser Madre del Salvador y Madre de la Iglesia. Aquel largo viaje se concluirá a los pies de la cruz, con un « sí » todavía más misterioso y doloroso que la hará ser plenamente madre; y, después, también en el cenáculo, donde engendra y sigue todavía hoy engendrando, con el Espíritu, la Iglesia y cada vocación.
María, en fin, es la imagen perfectamente realizada de la « mujer », perfecta síntesis del alma femenina y de la creatividad del Espíritu, que en Ella encuentra y escoge la esposa, virgen madre de Dios y del hombre, hija del Altísimo y madre de todo viviente. ¡En Ella cada mujer encuentra su vocación de virgen, de esposa, de madre!
+Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas.
¡Es María, la imagen salida del designio de Dios sobre la criatura! Es, en efecto, criatura como nosotros, pequeño fragmento en el que Dios ha podido verter todo su amor divino; esperanza que nos ha sido dada para que mirándola, podamos también nosotros aceptar la Palabra a fin de que se cumpla en nosotros.
María es la mujer en la que la Santísima Trinidad puede manifestar plenamente su libertad electiva. Como dice San Bernardo comentando el mensaje del ángel Gabriel en la anunciación: « Esta no es una Virgen encontrada en el último momento, ni por casualidad, sino que fue elegida antes de los siglos; el Altísimo la predestinó y se la preparó ».(52) Y San Agustín ya había escrito mucho antes: « Antes que el Verbo naciese de la Virgen, El ya la había predestinado como su madre ».(53)
María es la imagen de la elección divina de toda criatura, elección hecha desde la eternidad y totalmente libre, misteriosa y amante. Elección que, normalmente, va más allá de lo que la criatura puede desear para sí: que le pide lo imposible y le exige sólo una cosa: el valor de fiarse.
Pero la Virgen María es también modelo de la libertad humana en la respuesta a esta elección. Ella es la muestra de lo que Dios puede hacer cuando encuentra una criatura libre de acoger su propuesta. Libre de pronunciar su « sí », libre de encaminarse por la larga peregrinación de la fe, que será también la peregrinación de su vocación de mujer llamada a ser Madre del Salvador y Madre de la Iglesia. Aquel largo viaje se concluirá a los pies de la cruz, con un « sí » todavía más misterioso y doloroso que la hará ser plenamente madre; y, después, también en el cenáculo, donde engendra y sigue todavía hoy engendrando, con el Espíritu, la Iglesia y cada vocación.
María, en fin, es la imagen perfectamente realizada de la « mujer », perfecta síntesis del alma femenina y de la creatividad del Espíritu, que en Ella encuentra y escoge la esposa, virgen madre de Dios y del hombre, hija del Altísimo y madre de todo viviente. ¡En Ella cada mujer encuentra su vocación de virgen, de esposa, de madre!
+Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas.
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