sábado, 18 de julio de 2009

Elementos esenciales de la vida contemplativa.



El Desierto

Lugar privilegiado del encuentro: con Dios, con uno mismo y con las realidades de nuestro propio mundo.

Si el desierto significara una simple "fuga del mundo", sería el lugar más vacío, desolador y temible. El hombre no nació para estar sólo. Dios nos hizo esencialmente para la comunicación y para el don. Es allí donde sólo se realiza plenamente nuestra vocación humano-divina. Una cosa es sentirse desoladamente sólo (abominable encuentro con el vacío y la lucha personal) y otra es vivir en la soledad y en el silencio la privilegiada e inefable presencia de Aquél que nos dice todo y obra todo en todos. Por eso, un alma contemplativa, que vive fecundamente en su soledad , es un alma que experimenta el gozo de una doble presencia: el don de Dios y la espera de los hombres. El alma contemplativa sabe que en el desierto le espera Dios y que el mundo tiene urgente necesidad de este encuentro para ser iluminado, pacificado y salvado.

La Palabra

El fin de la contemplación es la atención a la Palabra y la gozosa dedicación a la oración.

En el desierto se escucha, se recibe, se engendra la Palabra. Se escucha la Palabra no solo para entenderla, sino fundamentalmente saborearla y aprender a entregar el fruto de lo contemplado.

La palabra de Dios nos viene a nosotros para hacernos felices y llenarnos de su presencia. Viene esencialmente para hacernos testigos y profetas. Es una Palabra que tiene que ser recibida en la pobreza, gustada en el silencio contemplativo y realizada en la disponibilidad. Sólo entran en la profundidad de la Palabra los que tienen alma de pobres. Por eso, la pobreza es indispensable para la contemplación. Por eso, es verdad también, que la contemplación tiene que ser alimentada. De ahí la necesidad de la lectura, el estudio, de la reflexión personal y comunitaria.

Lo que define la contemplación no es la separación del mundo, sino la particular atención a la palabra y la gozosa dedicación a la oración. La separación del mundo - manifestada en la clausura - es sólo un medio, no un fin.

Un monasterio contemplativo tiene que hacer partícipes a otros de la alegría y fecundidad salvadora de la Palabra de Dios.

La Comunidad

Los contemplativos y contemplativas tienen que estar insertados en la realidad de la Iglesia y del mundo. No pueden sentirse ajenos a los hombres y manifestarse extraños a su dolor, alegrías, búsquedas y esperanzas.

La Comunidad es el medio privilegiado donde se experimenta la comunicación del Señor y la escucha de su Palabra. Una Comunidad - verdaderamente contemplativa - es esencialmente una Comunidad de oración: una Comunidad que adora al Señor y celebra, en nombre de todo el mundo, " la alabanza de su gloria". Vivir su identidad, significa estar a la escucha de la Palabra de Dios y ser el signo de una humanidad que necesita adorar, agradecer y suplicar. Por eso, los contemplativos y contemplativas tienen que estar insertados en la realidad de la Iglesia y el mundo. Deben conocer y saber lo que pasa hoy en la Iglesia y en el mundo. Una cosa es la curiosidad superficial y otra la información austera y serena. De esto se alimenta también la contemplación.

Hay un signo evidente y palpable de una verdadera comunidad contemplativa: la alegría honda y serena que nace de la común experiencia del amor a Dios. Del gusto comunitario de su Palabra y deseo de comunicarla a los hermanos, hermanas.

Hoy los jóvenes necesitan y exigen el testimonio directo de una alegría verdadera que nace de la comunión fraterna, de la contemplación y de la cruz. Por eso, no pueden vivir ajenos a la profunda experiencia de Dios en el desierto, pero tampoco pueden sentir lejanos a los hombres y manifestarse extraños a su dolor y a su alegría, a su búsqueda y a su esperanza.




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